
Tomás Orts Antón echa la vista atrás y se centra en uno de los periodos de mayor bonanza económica que experimentó la villa y en la adaptación de las familias a nuevas circunstancias
Tomás Orts Antón ha sido la siguiente persona en participar como entrevistado en el ciclo Miradas al Puerto, organizado por el Museo del Mar. Una participación que puede disfrutarse desde el canal de Youtube del Museo y que ha sido conducida por la directora del mismo, María José Cerdá.
Se remonta a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta del siglo pasado, “cuando hubo una gran expansión de barcas que se iba a pescar el calamar. Concretamente, pescaban frente Agadir, cuando estaba el Sahara español. Las barcas salían de aquí, paraban en Ceuta, llenaban la bodega de hielo, víveres y gasóil y se lanzaban a Peña Grande”.
Ahí estaban quince días o un mes, siempre dependiendo de lo que caía en las redes. “Entonces retornaban (Viatge Reó, se llamaba). El tema económico comenzó a moverse, la gente tocaba dinero, y era una gran motivación para la construcción de barcas tanto en Santa Pola como en Alicante y otros sitios”.
Más potencia, más grandes
A finales de la década de los cincuenta, se dotó a las embarcaciones de más potencia y congelación, “al ser así, los caladeros se hicieron más grandes, porque se podía trabajar más lejos. Se iban a trabajar desde Agadir hasta Villacisneros, con turnos más amplios”. Delante de Villacisneros se pescaba el pulpo y la sepia, descargaban en Las Palmas, un puerto de referencia para desembarco y movimiento, “dando lugar a una época de crecimiento, que se mantuvo hasta los setenta, ampliando aún más los periodos”.
Los marineros, con un par de turnos, se podían hasta comprar la casa. Un oficio mucho más lucrativo que cualquiera de los que hubiera en tierra. “Uno de los primeros congeladores que va a hacerse fue la Josefa Manzanaro, que la hizo mi padre”.
Del Sahara al Mar Grande
En el año 1975, se cede el Sahara y arrancan las disputas con el gobierno de Marruecos, “pero España negociaba las licencias para trabajar en el caladero saharui y en el caladero marroquí. Ahí comienza una transición y, poco a poco, se van poniendo las cosas más difíciles. Como consecuencia de ello, pasaron de los calamares al caladero del Mar Grande”.
Las barcas del Mar Grande tenían un periodo de siete días, “pescando gamba blanca y el lluç (la merluza europea o pescadilla)”. Otros barcos de más almacenaje trabajaban “turnos que sumaban quince días. Se acoplaron a esta zona muchos de los que hacían el calamar y, alrededor de 1978, podrían sumar hasta cincuenta barcas en esta zona”.
Comunidad Europea
Los convenios se negocian año a año hasta la entrada en la Comunidad Europea, “lo que supuso una renovación muy grande, gracias a las ayudas que se recibieron. Muchas barcas se acogieron a ella, pero las negociaciones que hacía la Comunidad Europea con Marruecos fueron más duras, los pagos eran mayores y se tenían que embarcar a más marroquíes, por lo que las barcas del Mar Grande pasaron a la Bahía de Santa Pola”.
Unos se ajustaron a las nuevas circunstancias, otros se vendieron fuera, otros se desguazaron, “y poco a poco, el caladero del Mar Grande fue desapareciendo, quedando vacío a mitad de los noventa. Ahí nos dimos cuenta todos que, después de renovar la flota, los caladeros a los que tuvimos que ajustarnos eran más reducidos, por lo que debimos de adaptar muchas cosas”.
Ochenta y noventa
En aquella época, finales de los ochenta y noventa, habría unas setenta barcas en la bahía y “la expansión de la desaparición de barcas, o la adaptación de las mismas llega hasta aquí”.
Incidió en que también se ajustaron los ritmos de trabajo para la bahía, “desde el horario, hoy en día sobre las cinco de la mañana, antes se salía a las cuatro y, la vuelta, hoy es a la cinco de la tarde y, antes, a las siete. “Tanto barcas como marineros se tuvieron que acoplar desde el punto de vista del trabajo y la manera de vivir. Ya no se ganaba tanto como antes”.
Siempre se ha dicho el ejemplo de que, cuando uno es joven, siempre se tienen ganas de mirar adelante ”por lo que se iban a los calamares para recoger dinero: comprarse el piso, muebles, etc”.
Muchos amigos de su generación (tiene 62 años) partieron hacia el Mar Grande, “y han trabajado mucho, pero también se ha ganado. Cuando se quedan aquí estas barcas, cambia la forma y el sueldo, por lo que hay que acoplarse a una nueva manera de vivir, trabajar y solucionar las cosas”.
Relaciones familiares
De pequeño, Orts veía un tipo de relación en las familias, “porque cuando los marineros iban y venían de la mar, decenas de familias se reunían en el muelle para recibir al padre que regresaba a casa. Eso generaba una gran satisfacción y alegría”.
“Cuando sales de casa y regresas con un pago económico considerable, el mes siguiente se vive con intensidad. No diré que muy alegremente, pero sí que, cuando lo recuerdo, lo hago con nostalgia”.
En el Mar Grande los periodos de trabajo no eran tan largos, “pero también lo he vivido personalmente, porque recuerdo cuando llegaban los amigos y estábamos todos esperando. En aquella época, no sabíamos si entraría un barco ese mismo día o dentro de dos. Y lo hacíamos a través de la gente de las barcas que tocaban tierra primero: “si no pasa nada, La Callosa llegará mañana por la noche, porque salió detrás de nosotros...”, nos confirmaban”.
Labor que marca
Esa época, que puede abarcar de sus 15 a 18, la recuerda con alegría, “especialmente cuando llegaban los amigos de la mar. Todo eso nos ha marcado a todos”. Afirma que el trabajar fuera de casa ha marcado a todos: trabajadores, familias, amigos, relaciones, “eso lo hemos sentido todos, lo hemos experimentado de forma muy profunda”.
Pasó el tiempo y las barcas se adaptaron a la bahía, “y cambia la relación familiar porque, afortunadamente, diariamente puede ver la mujer a su marido. El que estaba acostumbrado a trabajar fuera varios meses al año, ahora tiene que acostumbrarse a la convivencia con otra dinámica. Hay que ver las cosas de otra manera. Familias, matrimonios y amistades cambiaron su forma de relacionarse”.
Así y todo, declara Tomás Orts que muchos se vieron obligados a tener que dar un giro “mirar hacia adelante, porque la vida viene así y hay que afrontarla”.