Adrián Ortiz, miembro fundador de Llaganyosos, que este año cumple su 50º Aniversario como comparsa, explica que “quien realmente puso la primera piedra fue mi primo, fallecido por desgracia, Ramón Alcántara Botella. Éramos jóvenes y solíamos vernos en la Glorieta, en lo que hoy es el Laico (donde está Bancaja). Nos sentábamos, hablábamos y hacía relativamente poco (5-6 años) que se fundó Beduinos. Justo antes de Fiestas desfiló una escuadra o media comparsa de moros vestidos como si fueran gorilas o algo parecido. Y, de ahí, surgió la idea”.
Como también tenían contacto con Los Pollosos de La Vila, “Llaganyosos (desarrapados, en una traducción más o menos libre al castellano, pues Pollosos son piojosos y éste término legañosos) fue el nombre escogido·.
Junto a José Gómez Campello, Pepet, serán los Grans Llaganyosos Honoríficos, “por ser los dos únicos socios que asistimos al parto, que estamos con vida y seguimos desfilando como socios activos y participativos”. Fueron elegidos en la última asamblea de la comparsa, “y se supone que el sábado será la proclamación oficial”.
Icurriña y varietés
Echa la vista atrás Adrián y cuenta cómo fueron los primeros años de la década de los 70 del siglo pasado, “donde estaba muy vivo el tema de ETA. Un amigo de Bilbao se vino siendo joven. Ahí cantábamos canciones e íbamos con la Icurriña por aquí y por allá, sin prestarle la más mínima importancia. En esa época estaba casi perseguida la simbología”, recuerda.
En la barraca que se montó, pocos años después de la fundación, “tuvimos un tiempo en que, a la usanza de los cabarets, programábamos ‘varietés’ con actuaciones picantes para ese momento. En los tiempos actuales están en desuso, pero los dos primeros días calentábamos ambiente con ellas”.
Tirados por el suelo
Dentro del ramo de las anécdotas, a raíz de suprimirse un festejo muy arraigado, como la vaquilla, “salíamos quejándonos. La esencia de la comparsa era muy anárquica, ni tan siquiera desfilábamos a la usanza, oficialmente. Nos tirábamos por el suelo a golpe del cañón, poníamos talco, cantábamos canciones... Todo muy distinto a ahora, pero también nos implicamos con la fundación de la Asociación, quien lanzó unas líneas sobre cómo se ha de desfilar y, nosotros, obviamente las acatamos. Desde luego, no se corresponde nada al desmadre y descontrol total de los primeros años”, declara Adrián.
Tampoco se tenían claro ni quién, ni cómo desfilarían, pues hasta la misma víspera “desconocíamos si íbamos a ser veinte o veinte mil”. Lo que sí existía en común al principio era el espíritu libre, “y que exhibiéramos una cabra -completamente prohibido hoy, por supuesto-. Un elemento que, aunque no aparece en los desfiles físicamente, sí lo hace en la bandera de la comparsa. Por un lado, hay una luna y un cañón. Por otro, la silueta de una cabra”.
Alfalfa y algarroba al alcalde
“Dos componentes”, apunta, “Pepe Bru y Vicente Alcántara eran los encargados de portarla en el recorrido. A la llegada al palco de autoridades, le entregaban algarrobas y alfalfa al alcalde”... como siempre... graciosos. Confirma también que llegó el primer edil a amenazarlos con no volver a participar “porque esa actitud suponía un menosprecio a la autoridad constituida del momento. Nosotros cantábamos volem un bou, volem una vaca en reivindicación de la suelta de la vaquilla y, a falta de vaca, lo que sacamos fue cabra”, narra echando la vista atrás a esa década setentera.
Del mismo modo que al último alcalde antes de las elecciones democráticas se le entregó alfalfa y algarrobas, “al primero democrático, a sabiendas de que el hombre no podía beber alcohol, estas mismas personas, con la cabra en ristre, le dieron bitter sin”.
Boicot
Antes de la primera Corporación boicotearon el desfile del Día 6, donde todos participaban juntos, “cuando, preparados para salir, nos enteramos que no teníamos música. Enviamos una misiva al concejal de Fiestas: si no había música, no salíamos. Con las consecuencias que podría traer para la organización y la concejalía. No sé cómo se arregló, pero llegó la banda a los quince minutos”, explica.
Este es uno de los pasajes que marca “nuestra historia, junto al cañón que exhibimos desde hace más de 25 años, que cuenta con las iniciales de quienes lo pusieron en marcha, para que sirva de recuerdo a todo el mundo”.
Control en la vinatería
Con 71 años, este antiguo corresponsal de prensa de la villa marinera, es casi una enciclopedia en materia de anecdotario y archivo de imágenes de esos momentos iniciales. “El único control que teníamos con seguridad consistía en, dos o tres días antes del Día 6 o, los años más previsores, rozando el fin de agosto, en Bodegas Jeromo (de los hermanos Vicente y Francisco Pérez Martínez, los ‘Vineros’), dábamos cita allí a la gente. Se tomaba nota del nombre y apellido, se pagaban 500 pesetas y, con eso, tenían derecho a salir con la comparsa”.
En materia de uniformes, pues también era anárquico: “nuestro traje de gala era una chilaba hecha con tela de los colchones, de esas listadas, como la de los toldos antiguos de las playas. Lógicamente, era muy fácil participar, con una chilaba realizada con dos retales y coserlos, estabas listo. Las 500 pesetas se dedicaban a gastos”.
Había un núcleo recurrente, por supuesto y, a lo largo de muchas décadas, “gente ha entrado y salido. Las dos únicas personas que, afortunadamente, hemos sido mejor tratados por la naturaleza, viviendo la fiesta durante 50 años, hemos sido los dos festeros nombrados personajes del año”, afirma Ortiz.
Alegría... mucha
Además de las cabras y el cañón, se ha trabajo con carburo y agua para que el cañón funcionara con regularidad... y ya se sabe cómo acabó al meterle sustancias acohólicas. “El oasis ha sido, hasta que se nos cortó, una plataforma de carroza cargada de sangría, bebidas y repartíamos a lo largo del recorrido del desfile. Nos abastecíamos los y las componentes de la comparsa de ese oasis... digamos que la alegría al llegar al fin del recorrido era grande entre nosotros.
Con coches particulares se han desplazado hasta la albaceteña localidad de Hellín para coger caramelos, “para tirarlos a lo largo del recorrido. De Cartagena e Ibi hemos traído camiones completos llenos de muñequitos y juguetes que se daban al público”, rememora Ortiz, quien asegura que nunca ha querido verse en el centro de la actualidad: “no quiero arrogarme la importancia de la fundación, ni mucho menos. Incluso cuando nos echábamos al suelo, bastante alegres, no sabíamos si había o no sonado el cañón. Todos caíamos igual. Más de uno y una, seguramente tendrá por ahí resto del ADN de la cabra y sus ensaimadas callejeras. Hemos sido todos, todos creamos Llaganyosos, todos íbamos igual de pringados. Lo que entraba en el menú”.