- Tras más de 36 años sirviendo en el cuerpo, Antonio Martínez Piedecausa se muestra orgulloso de su trabajo, de las experiencias vividas, del aprendizaje personal y del camino recorrido
Antonio Martínez Piedecausa llegó al mundo en la santapolera Calle de la Cruz, en el número 34, el 7 de febrero de 1964. Lleva trabajando como policía desde el 15 de julio de 1986, es decir, desde que tenía poco más de 22 años. Toda una vida.
Trabajó desde bien joven, porque había que ayudar a la familia, pero confiesa que se sintió como un niño normal, como cualquier otro de sus amigos y vecinos en un pueblo pesquero. Una vida que no era de delincuencia, ni de estar encerrado. Jugar en la calle, al fútbol, a molestar a los vecinos con la pelota en las paredes, jugar a las cuatro esquinas... una juventud feliz por parte de sus amistades y familia. Asegura que se sintió, y se siente, querido por su familia y los vecinos, “a pesar de que éramos una familia humilde y sencilla. Con lo que teníamos éramos felices, y seguimos siendo felices”.
Entró en la Policía Local porque, alrededor de los diez años, estando jugando al fútbol en la puerta de su casa“Me giré y vi a Manolo ‘El Guardia’, una persona muy querida. Vivía en la calle Calamar, y el recorrido al retén, que estaba en el Castillo, pasaba por la calle de la Cruz. Ese día, me cogió del hombro y, con todo el respeto que le tenía, le contesté a la pregunta que me hizo: “¿Antoñito, te vienes conmigo a la Policía? Cuando sea mayor, Manolo”. Esa pregunta, desde que él me la hizo, siempre me ha acompañado.
A los 17 años se enteró de que habían convocado oposiciones para Policía Nacional en Valencia, “cuando aún vestían de caqui. Me quedé en puertas, porque fallé en un problema de aritmética”. Llegó la mili, “y no me saqué la libreta del mar porque quería entrar en la Policía Militar. En mi destino me mandan a Vitoria. Allí, tras un mes y medio, me pusieron en la PM”.
Pasó lo que todos los jóvenes de su tiempo, “auténticas salvajadas” que algunos llamaban inocentadas y bromas, aunque su puesto estuvo algo más liberado de ellas. Al licenciarse, su teniente, Jerónimo Recuero Rico, le dijo: “Piedecausa, ¿qué ilusión de vida tiene cuando se licencie?. A lo que contesté que me gustaría volver a intentar entrar en la Policía Nacional. Él me pidió permiso para darme un consejo y no fue otro que éste: Conociéndole como le conozco, que le gusta la familia, su pueblo y es una persona muy amigable, ¿por qué no se presenta a la Policía Municipal?”. Ahí se me encendió una lucecita.
En abril estaba recién licenciado de la mili y, con un temario no completo que pudo conseguir, opositó. No pudo sacar la plaza, “pero sí que entraron los que he considerado cuatro grandes amigos”. En 1986, lo consiguió. Ahí empezó mi carrera. “Si no hubiera sido policía, me habría dedicado a la actividad deportiva, habría hecho Inef. Estoy muy ligado a la gimnasia deportiva, como también lo estoy al kárate. Pero no podía ser, en casa éramos seis hermanos. Mi carrera frustrada es Psicología, porque me encanta conocer cómo piensan las personas, pero mi hija sí que la está cursando”.
Momentos memorables
Antonio Martínez afirma que han sido muchos los importantes momentos vividos como agente de la Policía Local, “hay uno, sobre todo, en Gran Alacant. Un chaval que trabajaba de jardinero nos avisó y pudimos salvar a las personas que había dentro. Lo sacó él y antes de la llegada de los bomberos pudimos evacuar a toda la gente. Mientras atendía a la mujer, más que lamentarse por los daños materiales, lo hacía porque se veía a sí misma sola, en la calle. Hablé con ella y, al final de la jornada, cuando le preguntaron si necesitaría la ayuda de un psicólogo, dijo que ya había tenido la mejor ayuda psicológica”.
Rememora otro servicio, regulando el tráfico a la entrada del Colegio Virgen de Loreto. “A las nueve de la mañana, se acercó corriendo un chaval que es bastante conocido. Venía llorando y explicó que había tenido mellizos hacía pocas semanas y que uno de ellos estaba prácticamente muerto, la madre venía corriendo con el niño. La criatura no mediría ni 41 centímetros. Al ver la situación, los subí a todos al coche patrulla y avisé a todo el mundo para que estuvieran preparados en Urgencias. Ese día entré por direcciones prohibidas, corrí como nunca con el coche, mientras avisaba por la radio a todo el mundo. Afortunadamente, al llegar a la puerta de Urgencias estaba todo preparado”. Continúa afirmando que, tras un tiempo tenso de espera, con toda la sala llena de gente, “salió el médico y preguntó por mí. Le indicaron dónde estaba, se acercó y me dio la mano. Me dio las gracias por la rapidez de mi actuación porque, si hubiera llegado un minuto más tarde, ese niño no estaría con vida. A día de hoy, tiene 18 años y es todo un deportista. Además de eso, tiene una visión muy positiva del ser humano. Servicios como esos son los que me hacen estar orgulloso de mi trabajo”.
36 años largos
36 años, siete meses y, a fecha de esta entrevista, trece días. Ha desempeñado, prácticamente, todos los roles: medio ambiente, señalización, tráfico en moto, seguridad ciudadana (en trabajo conjunto con la Benemérita), policía urbana de cercanía, de barrio, atestados... “Somos una plantilla que tenemos que estar en varios sitios y hacerlo lo mejor posible en todos”.
El anecdotario acumulado durante toda su carrera es extenso y curioso. Echa la vista atrás, a hace años, cuando aún se hacían muchas horas extras y se doblaban turnos, “afortunadamente, a día de hoy está más regulado, porque llegabas a perder la noción del tiempo. Como soy una persona que me gusta llegar pronto a los sitios, estaba en la comandancia a primera hora. Cuando llegó el momento en que nos asignan tareas, compruebo que no me han nombrado. Me acerco al oficial y le pregunto dónde tengo que estar hoy... en tu casa, durmiendo, me contestó, ¡que libras hoy!. Y, como ya estaba ahí, pues hice el día”.
Afirma que siempre hay tiempo tanto para reír como para luchar, que todo trabajo aporta momentos positivos y distendidos porque, “aunque le parezca mentira a la gente, somos seres humanos. No somos el enemigo y, a nivel personal, cuando voy a pedir una documentación, cuando tengo que hacer un control, siempre pido las cosas con extrema educación, proximidad, familiaridad, tranquilidad”.
Se recibe lo que se da
Más de 36 años de servicio le ofrecen la perspectiva para afirmar que, ha habido momentos en que “los chavalines nos volvían locos”. Se impuso la obligatoriedad de llevar casco en moto, algo que hoy en día estamos concienciados, pero entonces era imposible. “Hicimos mucho trabajo y, en mi caso, a mí me ha gustado el de proximidad. Pues bien, en todos los grupos siempre hay un gallito y, hablando con él un día, me espetó que qué me importaba a mí que tuviera un accidente. Tranquilamente, le contesté que no me importaba nada que se abriera la cabeza pero, en calidad de policía, tendría que ir a una casa, donde estuviera su familia, y decirle a una mujer, que es su madre, que su hijo ha tenido un accidente, que está en el depósito o en el hospital. Yo he tenido que hacerlo y he visto cómo esa mujer se caída de espaldas”. Fue ese choque con la realidad el que cambió para siempre la manera de pensar tanto de él, como del grupo.
Multas y fuerza
Reconoce que, por mucho que intentemos evitarlas, las cosas, en la vida, a veces son duras y crudas. De ahí la necesidad de multar al ciudadano, porque a veces es la única forma que se tiene de salvarle la vida. “Hay veces que he multado a chicas por no llevar casco y, al tiempo, su madre viene al retén y me lo agradece, porque dos días después de la multa tuvo un accidente de moto. El casco la salvó”.
Ningún agente disfruta poniendo una sanción y ninguna de ellas se pone porque tengas inquina personal contra cualquier persona. La gente se enfada por ello y sube la tensión. De hecho, “ha habido muchas veces que he tenido que morderme la lengua o apretar fuertemente los puños. Ante un conflicto, yo no me puedo retirar, estando de uniforme”, explica.
De la misma forma que ha intentado evitarlos a toda costa, también se ha visto envuelto en peleas, en reducción a detenidos, “en muchas cosas, en muchas facetas. Si hemos de ejercer la fuerza, siempre la indispensable, y siempre pensando en la seguridad de terceras personas, mis compañeros y la mía propia”.
Plantilla de Policía
Existen más medios técnicos que hace treinta años, sí, “pero en mis últimos tiempos como policía he de afirmar que éramos un número muy, muy reducido para lo que es la superficie de Santa Pola y Gran Alacant. Porque hay muchos habitantes y mucha extensión”, afirma. Desde que opositó, hace 37 años largos, se decía que tendría que haber un policía local por cada 1.000 habitantes. “Somos 36-38.000 habitantes y... ? Tendríamos una plantilla de este tamaño? 36 personas trabajando 24 horas al día y 365 días es imposible. La cifra hay que multiplicarla por tres (tres turnos de ocho horas) y, esta cifra, por dos, para tener un turno de refresco”.
Exigir a los más cercanos
Ser policía en el pueblo de uno tiene ventajas e inconvenientes. Para Antonio, más ventajas, “porque me conocen, sí, pero yo también conozco. Sé a quién tengo enfrente. Si veo a una persona por primera vez, me aproximo de una forma más cauta. Sin embargo, basta que sean conocidos, más les exijo, comenzando por mis hermanos”.
A este respecto, rememora un día, un agosto con sol justiciero. Terminó su turno, subió a su moto y se dirigió a casa. Frente a Laico, le hace señas su hermana. Venía de Santa Pola del Este, de limpiar casas hasta la una de la tarde y llevaba más de una hora caminando. “Me dijo si la podía llevar, pero no tenía casco. Así que le dije que no, con todo el dolor de mi corazón. Cuando más allegados a mí, más debo pedir que se cumplan las leyes. ¿Me dolió? Mucho, pero la gente te ve y tendríamos un conflicto si debo poner una multa”.
Los mayores desafíos
Además de ocasiones peligrosas y desagradables, “como incendios o accidentes, donde he llegado a recoger miembros amputados”, la parte más dura de su trabajo siempre ha sido cuando ha tenido que hacer uso de la fuerza. “El más duro cuando debí usar el arma. Hubo un hombre que confundió su dirección. No hay que señalar a nadie como chorizo, traficante o malvado. Pero el caso es que opuso una resistencia extremadamente fuerte. No ocurrió una desgracia porque el arma que tenía no permitió que salieran las balas de forma adecuada. Ese día fue fuerte”.
Otro momento que le marcó enormemente fue cuando recibió una llamada a primera hora del turno de noche. Debía acudir a la gasolinera de Gran Alacant, que por entonces estaba cerrada. “Acudíamos un oficial, un compañero y yo. Nos acercamos a la oficina y comprobamos que se oía ruido por arriba. Saltó un chaval del techo y echó a correr. Yo estaba recién operado de la rodilla, pero lo perseguí, caí, me volví a levantar y así hasta que lo reduje, pues opuso resistencia”. Sigue contando que, toda vez reducido, le preguntaron cómo había venido y si había alguien con él. Indicó el coche que se encontraba al otro lado de la carretera. “Así, tras la fuerza que había ejercido él, sacamos el arma y nos acercamos con cuidado al coche. Cuál fue nuestra sorpresa cuando comprobamos que dentro había una niña de doce años. Había engatusado, engañado a una menor, había hecho que se fugara de casa y sobre ella pesaba una denuncia de rapto. Automáticamente, iniciamos la actuación oportuna cuando se identificó a la niña. Al cabo del tiempo, la familia mandó un escrito al Información dando las gracias, porque de no haber sido por nosotros no habrían vuelto a ver a su hija”.
Gran Alacant
Uno de esos pasos, por cierto, le condujo a Gran Alacant. Con el tiempo, se ha fusionado con el barrio, lo ha hecho propio. Para Antonio, Santa Pola aún conserva su esencia de “santa”, es decir, pese al crecimiento que ha experimentado sigue conservando su inocencia y es un destino, a determinadas horas de la noche, tranquilo, si lo comparamos con municipios similares.
Una de esas noches presuntamente tranquilas, a decisión de la patrulla, cuando estaban sólo la urbanización Panorama y Gran Alacant, las más antiguas, nos dimos una vuelta. “Durante muchos años no ha tenido patrulla, porque no hay personal. Yo he trabajado con patrulla y media por la noche. Tuve la suerte de que me asignaran al retén, porque es diferente. Poco a poco iba apuntando cosas, desperfectos, acciones a realizar. Pero, sobre todo, me he dedicado a la gente”. Desde hace seis años, es un orgulloso vecino del barrio e insiste en la calidad de vida. “Aquí hay algo que no tiene el centro. Tenemos la sierra, facilidad de aparcamiento, playa, buenos vecinos. Gran Alacant me ha enamorado”.
Para Antonio, Gran Alacant es como su apellido. “Soy santapolero, sí, pero también granalacantino. Aunque estemos dentro del municipio, dos son uno. Me han acogido, la gente es amable conmigo y aún me siguen llamando para pedirme consejo. Tengo gran cariño a los dos”.
Policía de barrio
Es de la opinión de que hace falta la implantación en Santa Pola de un policía de barrio, de una policía de proximidad. “Mi madre me dijo una vez que, para conocer, hay que tratar”. Por eso la Policía Local debe arrimarse más al vecino, “comprobar sus quejas, necesidades. Hay que hacerles entender cuándo las cosas pueden ir más deprisa y cuándo más despacio, porque existen prioridades”.
Debe haber un acercamiento policía-ciudadano para que exista la armonía, “comprender sus inquietudes. Uno no sabe por qué puede estar un coche mal aparcado frente al centro de salud. A lo mejor es de una persona que ha venido con el ojo colgando. Debes entrar, preguntar, ponerse en su piel. Ahora, si lo que recibes es prepotencia, insultos y violencia, ejercer tu autoridad. Como lo podía hacer un samurai, somos servidores, pero también con la potestad de poder corregir”.
Planes
Le quedan años por delante, como jubilado, y se ha marcado tantos planes que no ve el tiempo de ejecutarlos. “Camino, hago senderismo, quiero dedicarme a la fotografía. Me gusta escribir, pintar. A nivel personal creo que puedo escribir un diccionario de trescientos volúmenes y no he encontrado la palabra aburrimiento. Tengo sueños, ilusiones, hasta me han dicho de escribir un libro”.
Más de veinte años son los que lleva de instructor de kayukembo, “y no me desagrada la idea de plasmar todo lo que he aprendido en un tomo que pueda ayudar a los alumnos”.
Extrañar, no extraña nada de su trabajo anterior, “porque todo son etapas. La última, la final, también fue muy bonita. Cualquier etapa que he tenido, he aprendido. De la vida hay que aprovecharlo todo, como una manzana. Cuando estás lozano, la frescura. Si te pasas, pues compota. No se puede comparar cómo ejercías en tus años mozos como ahora. Pero no cambio esa época por la madurez que he adquirido. El conocimiento que adquieres es impagable. De todo he aprendido, de todo he disfrutado”.
Recuerdo colectivo
Para este agente jubilado, es el cariño del pueblo el que le hace ser humilde, “más el respeto de mis compañeros. Pero eso no te lo da el uniforme, en cualquier otro trabajo tienes que actuar con honradez, sentido común y proporcionalidad”.
Confía en que la gente le recordará “como Antonio, no como el policía. Si he sido buen policía, es Antonio quien llevaba el uniforme. Lo mismo que en mi faceta de instructor, de ciudadano, de vecino. Yo soy Antonio”.
Dentro de poco cumplirá sesenta años, “y volvería a formar parte de la Policía Local de Santa Pola 20.000 veces. He vivido experiencias que en ningún otro trabajo podría haber conseguido. Me siento orgulloso y querido por la labor que he realizado. Siempre estaré ahí, aunque no de uniforme, pero siempre ayudando. Porque antes y después he sido, soy y seré Antonio”,