- El trompetista y director de la Banda de Jacarilla, reivindica el papel de la música, de las bandas, como Bien de Interés Cultural y la necesidad de espacios dignos en la villa
Los contactos que Pepe Andreu tuvo con la música fueron tempranos, pues escuchaba los ensayos de la Escuela de Música Mestre Alfosea desde la casa de su abuela, pegada al Centro Cívico, “donde pasaba mucho tiempo los veranos, y siempre los oía ensayar”.
Sus estudios musicales arrancaron ahí y dio el salto al Conservatorio de Alicante, donde estudió el Grado Medio, “a raíz de ahí, me presenté a una serie de concursos de trompeta en Benidorm y San Vicente. Resulté ganador y Erik Aubier, un trompetista francés muy reconocido a nivel internacional, me ofreció estudiar con él en París”.
Eso ocurrió en 2001. Acudió a la capital francesa a realizar las pruebas, superándolas, y tuvo un año entero de perfeccionamiento de Grado Superior de Trompeta. “Al volver de Francia no pude examinarme en Alicante pero sí en Madrid. Tras el año en Francia estuve viviendo en Madrid para hacer el Grado Superior y buscarme un poco la vida e ir por libre”.
Allí entró a formar parte de la Joven Orquesta Nacional de España y fue becado por el Ministerio de Cultura, “pero coincidió que, justo ese año, entré a formar parte del grupo El Bicho. Un grupo de flamenco-rock bastante conocido”. La historia detrás de esta incorporación también es curiosa: “Tony Mangas, el batería, y yo, coincidimos en la Unió Musical de Santa Pola, donde era percusionista. Lo llamé en Madrid y le dije que si me dejaba quedarme en su casa mientras buscaba piso”.
Pero como no se puede ensayar bien en un piso con la trompeta, Tony le ofreció hacerlo donde lo hacía el grupo. “Por las mañana estudiaba en Carabanchel y, como no tenía un duro y había hecho el viaje, estaba con ellos. Simplemente, de escucharlos y verlos, me aprendí las canciones. Hasta que un día Miguel me animó a tocar la trompeta con ellos... y hasta el día de hoy... han pasado 23 años”.
El Bicho
Con El Bicho estuvo hasta el año 2020, grabó tres discos de estudio y uno de directo. “Dos de ellos llegaron a ser disco de oro e hicimos cerca de mil conciertos alrededor de todo el mundo. Arrancamos en salas como Galileo, Garibaldi o Café la Palma. Poco a poco por España, giras de Artistas en Ruta, giras de Radio 3, salimos también en sus conciertos (que nos lanzó bastante)”.
Sobre su primera aparición televisiva, cuenta que “era la primera vez que me veían tocar sin smoking... y, de repente, ven a un tío tocando sin camiseta. Fue un shock”. Por aquellos entonces, la música de fusión, el mestizaje de estilos estaba de moda, “permitiéndome viajar muchísimo por todo el mundo: Argentina, Venezuela, Dublín, Londres, Amsterdam, París, Roma, Casablanca, Suiza...”. Cuando decidieron parar, darse un respiro, el grupo tenía en mente entrar en Estados Unidos y Japón.
Ese parón lo considera Andreu necesario, “y Miguel Campello arrancó en solitario... y me llamó. Sigo con él, colaborando en más de seis discos de estudio. Juntos, en total, 23 años”.
Entre medias, estuvo dando clases en Santa Pola, en ambas escuelas: Mestre Alfosea y La Constancia (de la Mare de Déu de Loreto). En el año 2011 fue llamado por Jacarilla para hacerse director de su Banda, “nunca había dirigido hasta entonces, pero me lancé y, hasta hoy. Ahí sigo”.
El hambre de Francia
Rememora sus tiempos en Madrid, sus primeros años, “que fueron duros, muy duros. Ahora ves el resultado. Un músico de Santa Pola me preguntó hace tiempo cómo lo había hecho, a lo que le contesté que no tenía ni coche, ni casa, ni estaba casado, ni tenía hijos. Ahora, sí, casado y con un niño. Todo lo que he invertido ha ido a parar a trompetas, cursos y jugármela un poco”.
Tenía un poco de dinero ahorrado cuando fue a Francia, “fruto del trabajo, desde los 14 años. Pero sólo con el viaje y la matrícula lo gasté todo. Mi padre era pescador y mi madre hacía zapatos en casa para mandar algo al chiquillo. Ahí lo tenía que dar todo, y lo pasé mal, porque salí de Santa Pola para pasar a una ciudad de doce millones de personas y no tener ni idea de francés... con un chaval de Xavia y otro de Gata de Gorgos”.
Tres meses de hambre, leoninos, de estrés, “pero gracias a darlo todo conseguí finalizar con la medalla de oro y felicitaciones por haber conseguido una nota como hacía mucho tiempo que no veían”.
Regreso
A su regreso, trabajó tres meses en horario nocturno en lo que hoy en día es Carrefour, “sólo para conseguir dinero para irme a Madrid. En diciembre, no tenía un céntimo. Justo coincidió que empecé a hacer conciertos, por los que ganaba veinte euros y, cuando estaba sin nada de nada, mi madre me dijo que en la caja de ahorros tenía unas 200.000 pesetas. Eso me permitió aguantar un mes más, lo que El Bicho necesitó para poner en marcha todo”.
Más conciertos del grupo, grabaciones en los estudios de ASK, de Alejo Stevens, “allí conseguí grabar unas trompetas para el periódico madrileño Qué, para su sintonía. Me pagaron 240 euros... salí llorando de ahí... por cinco minutos. Debía de trabajar un mes de camarero para conseguirlo”.
Cierto es también que, en El Bicho, la economía era casi comunal, “porque todos éramos chavalitos en la misma situación, que venían de la zona. Miguel de Matola, Tony de Las Bayas, Juan Carlos de Agost y Víctor y Carlos, que eran de Madrid. Entre todos nos apoyábamos, el que tenía dinero, invitaba a merendar al resto. Todos lo pasábamos muy mal, pero a base de tocar y tocar, y el boca a boca, permitió hacernos más grandes. Llegamos a llenar La Riviera sin tener disco”.
Discográfica y viajes
El crecimiento permitió management, discográfica (Warner) y ganar un dinero que permitía vivir, pagar el alquiler o salir a comer. “Prácticamente, hemos estado en todos los festivales de España, compartiendo escenario con Chambao, Muchachito, Ojos de Brujo, Delincuentes. Muchos grupos conectados”.
Apunta, especialmente, la gran suerte que tuvo de poder viajar, y más siendo joven. “He vivido experiencias increíbles. En Argentina conocí a las Madres de la Plaza de Mayo, a la líder, que fue Premio Novel de la Paz. Nos firmó un libro, algo para mí increíble, porque nosotros fuimos a tocar a un festival y nos vimos inmersos en una situación política, aunque siempre hemos estado alejados de ello”.
Ahora, en esta nueva etapa de su vida, se sigue sintiendo un privilegiado, “por poder hacer lo que hago. Prácticamente todos los fines de semana tengo conciertos. El año pasado, cuarenta. Me llevan en palmitas: sitios maravillosos, salas maravillosas, a reventar, llenas de gente que te aprecia y te quiere, que adora tu música”.
Música enlatada
La profesión y la suerte de poder llegar a vivir de la música es algo muy gratificante, pero también es muy muy duro. La proliferación de festivales, de grandes eventos masivos, ha aumentado, “como también el reggetón, la música enlatada. Cuesta mucho ver un grupo tocar, es altamente complicado”.
Pandemia
Ésta es la situación actual pero, cuando todo el mundo preveía un momento duro, durante la pandemia, a él le vino “de lujo”. “Llevaba un ritmo frenético. He llegado a estar desde diciembre, hasta agosto, sin parar un solo día. Coincidió que daba clases cinco días a la semana y, los fines de semana, viaje. Viernes y sábado concierto con Miguel y, la clase de los viernes tenía que recuperarla”.
A mayores, su mujer, profesora de secundaria, “también iba hasta arriba. Con un niño. De repente, llegó eso y fue un oasis de paz. Tiempo de estar con mi familia e internet, es algo maravilloso. Lo pasé perfectamente bien. Lo organizamos genial. Mi mujer daba las clases por la mañana on-line, yo por la tarde daba las mías, estudiaba... en ese sentido, perfecto”.
Con la banda, también on-line, ensayaba todos los días, “y me pagaban. No escatimaron el dinero en una situación tan dura. Lo trabajé, sí, pues tuve que hacer una labor psicológica importante con todos los chavales, de una media de 16 años. Ellos sí lo pasaron muy mal. Prácticamente, todos los días teníamos reuniones, estudiábamos pasajes, whatsapps, zoom...”.
Post-pandemia: el parón
El problema llegó después, cuando todo arrancó, pero la música se quedaba parada. “Casi un año después fue el primer concierto. En 2021 hicimos Las Noches del Malecón, en Murcia, con Miguel. Ése fue muy impactante, con toda la gente sentada, con mascarilla. Todos viajábamos con mascarilla, nuestros test, test antes de tocar. Éramos hasta exagerados”.
Con respecto a la banda de Jacarilla, el reenganche de los ensayos grupales fue complejo, “aunque tenemos un local muy grande, unas dependencias maravillosas, municipales, para la banda. Había que separar y no pude ensayar con la banda junta hasta mucho tiempo después. En enero del año siguiente volvió el repunte... una tragedia a nivel musical y cultural, y humano, por supuesto”.
También asegura que la suerte le sonrió “por vivir en el lugar en el que vivo. Otros compañeros tuvieron que volar de Madrid, porque allí era un desastre, una tragedia”. Sin contar los proyectos que se han ido al traste, la falta de apoyo, “incluso me cansé, me enfadé, porque sentía que no me dejaban tocar. Salió un disco y toda una gira, que ya estaba organizada, se perdió. Toda una debacle monetaria y de trabajo”.
¿Es fundamental el directo?
Frente a los grupos que apuestan por el autotunes y el enlatado, los músicos profesionales viven del directo. “Discos no se venden ya. Hay otros tipos de formatos, como Spotify, pero no arroja grandes números. Los músicos vivimos de los directos”.
Es miembro de la SGAE, como compositor, y también forma parte de la AIE, la Asociación de Intérpretes Españoles, “donde generas unos derechos de ejecutante o intérprete, en el que queda registrada cada una de tus apariciones. Del dinero que recoge la SGAE, un porcentaje va ahí, y revierte directamente en el intérprete. Cada tres meses, unas veces son cien euros, otras trescientos. Para mi nivel, que soy trompetista, está bien”.
Confiesa que disfruta tocando en salas pequeñas, “porque ahí se acude a presentar un trabajo. Toda la gente que paga la entrada va a verte a ti. Eso es mortal, el ambiente que se respira en un concierto tuyo es increíble. Y más con Miguel, porque desde que sale al escenario la gente bota, no para de cantar”.
El año pasado presentaron el último disco, ‘Noche y Día’, con un espectáculo brutal, “un doble álbum, un disco más alegre y otro más oscuro, más eléctrico. El concierto tenía dos partes. En la primera estábamos sentados, con un telón de fondo, un Kabuki japonés. Después pasaba Miguel atrás y arrancaban las proyecciones... brutal”.
Cádiz y pelos de punta
También tocaron en 2023 en el Teatro Falla, de Cádiz, “y se me ponen los pelos de punta sólo de recordarlo. No es el sitio más grande donde he tocado, porque hay un aforo de unas 1.000-1.200 personas, pero es un templo de la música. Entras ahí y algo te imbuye. Desde que sales frente al público gaditano, la energía es fantástica”.
Los grandes festivales se viven de otra manera. Más estresante. Para empezar, las pruebas de sonido, “que en un concierto tuyo puedes dedicarle cuatro o cinco horas, tranquilamente. Pero en un Viñarock o en el Primavera Trompetera o sitios así, es un checkeo. En cincuenta minutos tiene que estar todo sonando y para adelante. Otro tipo de repertorio, más cañero, menos tiempo, más a saco”.
En los festivales “hay que luchar. De hecho, nosotros decimos que vamos a la guerra. El sonido no llega tanto, tienes que dar más intensidad, y debes llegar a gente que no te ha escuchado en la vida y ponerla a botar”. Remarca que, para los músicos, el ambiente de los festivales también es importante, “pues coincidimos con Los Mojinos Escocíos, Chambao... gente que mola, que nos conocemos desde hace mucho tiempo”.
Las dos cosas, “molan”, pero, si tiene que elegir, se queda con las salas, “porque no hay que olvidar que, poco a poco, los festivales se están convirtiendo en un negocio. También se cuidan más las formas que antes. En el Viñarock actual, el backstage es increíble: césped artificial, camerino, baños limpios, zona de comida a voluntad. En ese sentido, muy bien”.
Santa Pola y Espinosa
Se siente muy orgulloso de Santa Pola, “y lo digo allí donde voy, porque soy santapolero, por encima de alicantino. Y en todos los sitios a los que acudo, saben dónde está el pueblo. El otro día estaba en Coín, Málaga, y escuché gritar “Visca Santa Pola”. A mí me llega al fondo”.
Echa la vista atrás, cuando estaban “las casas de los maestros”. Ahí ensayaba la Banda de Música de Santa Pola, con Antonio Espinosa como director. Tenía cinco o seis años, “y cuando los niños salían a la calle a jugar, mis padres no me encontraban entre ellos. Yo estaba en la puerta, escuchando a la banda tocar. Mi madre hasta abría la ventana para que los escuchase mejor”.
Cuando cursaba Segundo o Tercero de EGB, llegaron Antonio y Francisco Espinosa al colegio, “puede que también Rafael y Pepe, a organizar una escuela de música en el Colegio Virgen de Loreto. Toda Santa Pola quiso entrar ahí. En mi clase, fuimos 22 los que nos apuntamos al principio. En junio, sólo quedaba yo, porque me enganché desde el primer momento”.
Desde pequeñito, la música formaba parte de él, “hasta iba detrás de la banda cuando salía con un tamborcito o unos platillos. Era lo que más me gustaba”. En la escuela de música coincidí con Vicente y Joaquín Luna e, incluso, la que hoy es su mujer, “éramos un grupillo de chavales y, cuando llevábamos un año y pico, nos ofrecieron entrar a la banda. Yo lo hice en 1991. Hasta entonces, Francisco Espinosa fue mi mentor, que tocaba el piano. Como familia, me tocan por primos de mi padre. Él fue mi profesor de solfeo y se dio cuenta de lo que sentía por la música, que valía. Le dijo a mi padre que fuera los sábados a su casa a dar clase. Allí iba los fines de semana”.
Sus primeros pasos fueron con él, con difíciles dictados musicales pues, al compararlos con el conservatorio, éstos le parecieron sencillos. “Mis primeros pasos fueron con él. A día de hoy, sigo aplicando y enseñando la teoría musical como él hizo conmigo”.
Seis fueron los que entraron a la banda, chiquitos de diez y once años, “Vicente, Tomás y yo, con doce o trece años, acudíamos a las bandas que nos llamaban: San Fulgencio, Rojales... Todas las fiestas de Moros y Cristianos de la provincia de Alicante, y parte de Murcia, nos las hemos recorrido. Alcoi, Elda, Petrer, Villena, Crevillente, Guardamar... en todas hemos tocado, todas con menos de quince años”.
Este vínculo se ha mantenido a lo largo de toda su vida. Un vínculo que anima a crear a sus alumnos, “porque los amigos que haces en la banda serán para siempre. Sigo teniendo trato con Vicente, Tomás, Óscar Vegas... mi mujer, la mujer de Óscar... Pascual, Enrique, Manuela. Todos teníamos inquietud por la música”.
Una institución
Otra de las cosas que ofrece la música es el poder retomar el contacto como el primer día con los compañeros, aunque haya pasado tiempo. Así fue “Cuando volví de Madrid, con Pascual Ruso el director de la Banda de la Mare de Déu de Loreto. Allí toqué, con Antonio Espinosa a mi lado. Los hermanos Espinosa han sido una institución musical y se tiene que reconocer”.
César Martín, Juan Carlos Sempere, todos los que han sido sus alumnos coinciden, “verme al lado de ese hombre, que además era mi tío, era un honor. Con Pepe Espinosa, con el clarinete. Yo he tocado con Rafael Espinosa, un hombre que nos llevaba, con su Opel Kaddet, a recorrer la provincia de Alicante. Su hijo toca en la Mare de Déu y le decía un dicho de su padre: ‘si ens pagasen per hores...’”.
Rafael Espinosa fue su referente a la trompeta, “pero es que todos, todos han sido algo muy grande. Se nota mucho su falta”. Con Vicente, cuando estuvo estudiando en París, hablaban todos los días, “y él se fue a Francia con 16 años. Se fue de Alicante a Perpignan, solo, en un tren... así es. Llegó a París a hacer las pruebas para la Joven Orquesta de Francia, vino a mi residencia y le dije: ‘¿Te das cuenta que los dos venimos de Santa Pola y estamos aquí en París? Yo estudiando con el mejor trompetista del mundo y tú que vienes a las pruebas... algo muy grande”.
¿Por qué la trompeta?
Aunque también toca piano y fliscorno, afirma que su sueño inicial era tocar el tambor, “y empecé bien, cuando llegué a clase, porque me dijeron que si lo llamaba así, mal iba... se llama caja”. A mí me dieron a soplar el clarinete, “que era lo que hacía falta en la banda. Antes era así. Yo soplaba y no había manera”. El saxofón tuvo la misma suerte, pero acertaron con la trompa, en una semana ya sacaba notas, “pero tenía ocho o nueve años, y debía subir desde la calle Castaños a la calle Trinidad con una maletín de esos que pesaba un quintal”.
Su tío Gaspar, que siempre fue muy taurino, le contó que, cuando acudía a los toros, el instrumento que más destacaba era la trompeta. “A mí me llamaba más, de hecho. Mi madre hasta fue a hablar a la banda para que me cambiaran. Me dieron una y se me dio bien desde el primer momento”.
Concretamente, dio en la tecla, tanto que forma parte intrínseca de su vida, “no hay día que no la toque. Bueno, a lo mejor me puedo tomar diez días de vacaciones... cinco días máximo en Semana Santa, pero siempre mirando cuándo tengo que parar”. Un día normal de estudio vienen a ser dos sesiones de hora y media.
Colaboraciones
Además de con El Bicho, también ha trabajado con cantautoras como Alondra Bentely, de tipo folk, muy acústico. “Ella a la guitarra, contrabajo y yo al fliscorno. Hicimos giras y festivales por España y grabamos dos discos”. Sobre todo, se ha dedicado mucho a grabar (como músico de estudio), “desde banda sonora a muchos artistas. Grabé una banda sonora que ganó un Goya, ‘La gran familia española’. Con Josh Ross, un gran cantante de country que estuvo un tiempo viviendo en Valencia, internacionalmente conocido y fue productor de un disco de Alondra.
“Últimamente he estado grabando en Madrid con Villanueva, un cantante gallego que vive en Alicante. Un estilo de música interesante. Aún tiene que salir el disco, pues está en fase de grabación”. El productor es Juanma Latorre, guitarrista y compositor de Vetusta Morla, “un tío bastante potente”. También lo ha hecho con una de las Azúcar Moreno, cuando se separaron, “y toqué con Coque Malla, que conocía a Alondra por haber realizado juntos la sintonía del canal TCM. En el Festival de Málaga acudió Coque, me escuchó en la prueba de sonido y me pidió que tocara con ellos un par de temas. Una bellísima persona”.
Lejos del gran público, menta a Jorge Pardo, uno de los maestros del flamenco rock, que formó parte del sexteto de Paco de Lucía. Ha tocado con La Mari, de Chambao, con Nacho Vegas y los dos discos que ha sacado Fino Oyonarte, bajista de Los Enemigos. “El primer disco que grabamos juntos, lo flipaba, porque es un tipo temperamental y enseguida dijo que estaba tocando justo lo que había en su cabeza. Claro, le contesté que yo había estudiado en su casa escuchando discos de Los Enemigos. Si a mí me lo hubieran dicho por aquel entonces, no me lo habría creído, impensable”.
Quizás puede ser que los discos que ha grabado se acerquen a los 80, “pero, cuando tocaba con El Bicho, con más de 70 bolos al año, era imposible hacer otra cosa. Ahora mismo, uno también tiene que pensar en centrarse en su vida. Me gusta dar clase, me gusta dirigir, tres días de ensayo con la banda, más los conciertos”.
Teloneros de grandes grupos
Reivindica un mayor apoyo a la cultura y, como mínimo, “un lugar para las bandas en condiciones, con salas de ensayo en condiciones, para que puedan realizar su trabajo como merecen. Que no tengan que gastarse dinero en que les lleven instrumentos. Y, por otro lado, la gente de los grupos de música, que hacen una gran labor, que se les respete y ayude en la medida de lo posible para que tengan dos o tres actuaciones al año en el pueblo. Yo estoy harto de tocar en sitios donde siempre toca un grupo local, bien porque han hecho un concurso para entrar de teloneros o como sea”.