En ciertos establecimientos públicos, como son bares y cafeterías, se generan “amistades” muy poco recomendables. En esos lugares, los asiduos clientes que entre ellos no se llaman paisanos, se llaman tocayos, y viceversa. Es decir, tiene lugar allí el compadreo elevado a la octava potencia. Resulta un absurdo el que a un determinado individuo, por el hecho de tener nuestro mismo nombre, no solamente lo consideremos “un amigo”, sino que también lo mencionemos como si fuese el no va más. Tenemos los españoles una facilidad pasmosa en elevar a la categoría de amistad a cualquier compadre perteneciente a una tertulia de café o de bar, o bien porque haya nacido en nuestra provincia, o porque se llame igual que nosotros.