Bernardino Gago Pérez
 

IN MEMORIAM

 
Viernes 21 de diciembre de 2012 0 comentarios
 

Se nos ha ido José Luis calladamente un lunes de madrugada en solitario, en su piso de Santa Pola, tras su ventana entre visillos, quedó solo con su Padre Dios, que le esperaba para darle su mano y llevarle a su casa del cielo en la que creía y anhelaba día a día aquí en la tierra.
Se ha ido a las grandes mansiones celestiales a las que el Señor le llamó, sin hacer ruido y con sosiego: “Ven a poseer y gozar el reino que te tengo prometido entre los destinados por el Padre”.
Nos dejó de improviso y sin decir nada, sin avisar, como él caminaba en el sendero de su vida, por la ruta de su quehacer diario entre los hermanos sin casta, sin raza, ni colores para buscar al marginado y al triste y ofrecerle el consuelo; para dar de comer al hambriento, de beber al sediento, de vestir al desnudo por su férrea convicción de que eran hermanos en Cristo, quien le llamaba de continuo a acompañarle y por quien sólo se deshacía su peregrinaje: “lo que habéis hecho con ellos conmigo lo hicisteis”.
Su trabajo diario, sin afán de riquezas, sencillo él como los pobres a quienes servía, allí en su mesa de los locales de Cáritas, allí en su propio domicilio, aquí y allá por las calles del pueblo con su cartera bajo el brazo. A enseñar a los que no saben todo lo que él podía darles; darle su habla castellana al emigrante, indeciso y vacilante, para que pudiera emprender sus primeros pasos en una lengua que le era ajena con el fin de conseguir las relaciones sociales necesarias para ganarse el sustento en su trabajo. ¡Qué amor por el hermano!
Llamadas y mensajes han llegado desde la punta de otros países cuando se expandió la noticia de su muerte. Textos llenos de condolencia y agradecimiento a la labor que el bueno de José Luis hacía por ellos sin buscar más que la voluntad del Padre, como solía él siempre decir al referirse a Dios. Y ellos, los pobres, los mendigos le querían. Aún resuena en mis oídos lo que me decía el martes en la misa de funeral uno de tantos mendigos que piden a los fieles en las puertas de las iglesias: “Ya ve; aquí estoy a despedir a José Luis”. Y lo decía entre hipos cargados de emoción, sinceramente, sin comedia de ninguna clase. Era José Luis a quien respetaban y sentían hacia él su simpatía.
Dar a todos lo que no era suyo, pues estaba convencido de que lo suyo no era suyo sino de Dios, que se lo había dado. Y como muestra, me decía tan solo hace cuatro días: “Voy a dar un riñón a una persona que lo necesita. A mí con uno para vivir me sobra y basta; lo tengo decidido”. Y aún más, el amor a los hermanos lo cristalizó tras su muerte: sus restos los donó y ya están depositados en el Hospital Universitario de Elche.
¡Qué gran amor y desprendimiento por el hermano!
Así eras, José Luis. Así te fuiste a la casa del Padre Dios, ligero, casi desnudo pero lleno de vida espiritual. Descanse en paz y gloria tu alma en el Señor. Para ti se elevarán, como incienso, al Altísimo muchas oraciones de cuantos te tratamos en este mundo.

Bernardino Gago Pérez

 

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