Alboreaba el domingo cuando, alrededor de doscientas personas, se daban cita en los alrededores de la Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción para recibir las cañas con las que apoyarse en el camino, el paseo romero que conduciría a los devotos de la Virgen del Rosario (la Virgen del Cap) a su ermita. Con vítores, cantos, tradicionales soniquetes del tambor y la dolçaina y alabanzas se daban los primeros y, como siempre, presurosos pasos en dirección a Levante, con la devoción como “liebre” de una romería.
Escasas horas antes, fieles y curiosos pudieron disfrutar de la sensacional exhibición ecuestre, que se instaló en la zona adyacente a la Carpa. Nueva disposición y éxito, no sólo por las evoluciones, cabriolas y saltos de los caballos, también por una extraordinaria fusión entre el flamenco y la doma que puso, auténticamente, la piel de gallina a todos los que rodeaban el recinto.
Seguidamente, la tarde dio paso al pregón de María José Lafuente, quien supo imprimir su carácter y fortaleza pese a, como declaraba al inicio: “soy una ovejita descarriada que no va mucho por su casa. Por ello, sinceramente, fue para mí complicado aceptar esta responsabilidad, porque yo… ¿Cómo decirlo? El padre nuestro y poco más”.
El nombre de la rosa
Habló de la rosa, de su historia, de su evolución en nombre a Rosario, “símbolo de la luz y del amor”; del encuentro de los azulejos por un “foraster” cuando estaban cogiendo esponjas de mar el bisabuelo y el abuelo de “Pilarín La Garrúa”. “El foraster le comentó a su bisabuelo, que no sabía qué hacer con aquel descubrimiento, y que como ellos eran del poble, les sugirió que se quedasen con el hallazgo. Padre e hijo se llevaron a casa la caja y su contenido. Días después lo hicieron saber al Alcalde de aquella época “el Rox dels Paleres”, que cautivado por el descubrimiento, dio permiso a su bisabuelo para construir en aquel paraje una pequeña ermita donde colocar los azulejos”.
Se centró también en las nuevas tradiciones, como el sopar del cabasset, “que surge porque Manolico “El Gueje” tenía por costumbre, la noche anterior a la festividad, pasar largas veladas a las puertas de la ermita tocando la guitarra y cantando a la Virgen junto a sus amigos y amigas, lo que motivó el nacimiento de una cena popular como la de esta noche, cuyo nombre no podía ser otro que: ”el sopar del cabasset”.
Un pregón informativo, emotivo y que demuestra que Santa Pola es un pueblo rico en cultura, costumbres y tradiciones, las cuales se esfuerza por no perder.