No es lo mismo y, eso, cualquiera que tenga un poco de alma dentro del cuerpo lo sabe. Por mucha potencia que se le ponga a un altavoz, nunca sonará igual que un instrumento en directo. Pero vivimos tiempos inciertos, en los que parece que prima lo macro a lo magno. Es decir, que se apuesta por el resultado fácil si es espectacular. De ahí que no se encuentren muchas marchas moras o pasodobles cristianos de nuevo cuño en los desfiles.
El motivo, éstos llevan más polifonía, más arreglos, están compuestos y pensados para una orquesta completa. Y eso, en tiempos de crisis, cuesta sólo en pensarlo. De ahí que se opte por dividir bandas, porque si tenemos que poner una (de sesenta músicos) cada tres filadas, significa la ruina de una comparsa (a no ser que todos sean millonarios). Menos músicos, más potencia, ajustar el tempo y cargar el pulmón. Profesionales hasta la médula, eso sí, que son capaces, con poco, con muy poco, de hacer que los festeros desfilantes brillen como un jaspe. Porque, reconozcámoslo, un cabo moviéndose sin música alguna queda algo extraño.
Luego quedan los otros desfiles, como el Multicolor, donde se apuesta por la música “enlatada”, donde se mira la potencia y el más puro espectáculo. Ojo, no quiere decir que no sea legítimo o que sea algo malo... pero se nos olvida que una banda puede tocar todo, desde Iron Maiden a Ricky Martin, sólo hay que darles tiempo de ensayo.
Las bandas, a su vez, se nutren de los desfiles para mantener viva la tradición musical de la Comunidad Valenciana. Con los ingresos que obtienen, se financian clases e instrumentos para que así, todo el mundo, tenga derecho a la música.