La leyenda que rodea la Vinguda de la Virgen de Loreto no está exenta de elementos mágicos, proféticos, religiosos e, incluso, históricos. Su inicio arranca en Italia, en la región de Ancona, en un lugar llamado Loreto (laurel, traducido al español), donde había sido trasladada la Casa de Nazaret, de forma prodigiosa. La Casa de Nazaret es el lugar donde habría vivido la Virgen María. Este dato aparece en el parlamento del Pastor Alejandro, personaje que le cuenta la historia de la procedencia de la Mare de Déu de Loreto a María de Gaudalupe.
Hallá donde se traslada la Casa de Nazaret, se realiza un santuario, “el Santuario de Loreto”, explica la autora del texto de la Vinguda y Cronista Oficial de la Villa, María Sempere. “En el santuario se realizaban tallas de vírgenes, que los peregrinos se llevaban a sus lugares de origen. Una de esas imágenes, por mar, fue trasladada hasta el Puerto de Santa María, en Cádiz”.
María, los herejes y la Virgen
La talla de la Virgen llega a las manos de María de Guadalupe, “la cual llora apenada porque los herejes amenazan con arrebatársela y perseguirla”. Es el Pastor Alejandro quien tranquiliza a la Señora, “pero no le da directrices, pues únicamente indica a María que espere, que la Virgen la protegerá”.
Viendo María de Guadalupe que los herejes se ciernen sobre ella, y persiguen de forma enconada a la imagen, se dirige al puerto y se pone en contacto con el patrón de un barco, procedente de La Vila, “a quien encomienda la guarda y custodia de la talla, dejando bien claro que ha de depositarla en el primer puerto al cual arriben. Punto este muy importante, porque la intención inicial del patrón es portarla a su localidad de origen”.
Pone rumbo, en una embarcación de vela, hacia el Mediterráneo y es llegando a la Bahía de Santa Pola cuando se encuentra con un fuerte temporal, “el día de Santa Catalina, el 25 de noviembre”. Dadas las especiales condiciones que presenta nuestra bahía, decide refugiarse en el puerto santapolero. “Toda vez que arriba, calma el temporal, volviendo a azotar el viento y la lluvia a la hora de salir. Y esto ocurre hasta en tres ocasiones, elemento y número que conecta con la tradición católica de la Santísima Trinidad”.
Previamente a la llegada de este barco, un profeta anuncia a los habitantes de Santa Pola que “vendrá una Mare de Déu, para que sea protectora de la población que aquí reside. Un texto precioso, que cuenta los motivos de la llegada”.
Tras el tercer intento, el patrón desiste de volver a salir al mar, “recordando las palabras de María de Guadalupe que decían: ‘entregad esta imagen de la Virgen de Loreto en el primer puerto donde lleguéis”. Acude éste a la taberna y explica a los marineros, quienes esperan que el temporal remita para salir a faenar, “que trae una virgen y que se ha de avisar a las autoridades para hacerse cargo de ella”.
Una Virgen del pueblo
Es en este punto cuando aparecen las autoridades y los personajes del Alcalde y la Portadora, más todos los testigos, “que darán fe de que una virgen ha llegado por el mar”. El Alcalde la recoge, se la entrega a la Portadora, “y declara el día de fiesta el 8 de septiembre, para que las calles se engalanen, por mediación de un bando. A todo el pueblo se la presenta de forma oficial gracias a una solemne procesión”.
El texto de la Vinguda lo elaboró María Sempere Montiel, en 1974, a partir de “Los Gozos a la Virgen y de un escrito de Ángel Quislant Cuesta. Los Gozos, versos que se circunscriben supuestamente al siglo XIX, habrían sido recogidos de forma escrita para ser cantados en la Iglesia por los fieles”. Esto refleja que toda la leyenda de la Vinguda, “es de origen meramente popular, a excepción del texto del Pastor Alejandro, “que es un personaje sacado del estudio realizado por Ángel Quislant Cuesta sobre la Virgen de Loreto”.
¿Por qué es popular?
¿Por qué es popular? En primer lugar, porque proviene de una tradición oral. En segundo, porque sus protagonistas son de origen popular, “es decir, no hay ningún aristócrata o miembro del alto clero dentro de esta leyenda. En ningún momento se indica que María de Guadalupe era Grande de España, sólo se dice que es una señora del Puerto de Santamaría, llamándola La Señora”. En tercero, aparecen un profeta y un poeta, nunca un nuncio papal o un elemento de la Corte, “más la figura del Alcalde, como representación de lo civil. De hecho, el patrón pide que sean las autoridades civiles quienes se hagan cargo. La Virgen, así, no pertenece a la Iglesia, sino al pueblo. Es más, es el Alcalde quien dice que se haga día festivo, a través de un documento oficial. Su Portadora, además, es una mujer de la V illa, sin ningún tipo de título o atributo más allá del hecho de ser vecina”.
Bases históricas
Llegados a este punto, y habiendo realizado un breve análisis del mito y el relato de la Vinguda de la Mare de Déu de Loreto, cabe preguntarse si tanto mito como historia se rodean no ya de un halo de fantasía, sino de un manto de verdad. Conveniente es recordar que, como mito, la arribada de la talla a Santa Pola se entronca con las tradiciones de los municipios costeros. En éstos, a diferencia de los de interior (más gustosos de encontrar tallas y vírgenes en árboles, cuevas o parajes), es la mar el elemento de conexión: parte por mar del Puerto de Santa María, por mar recala a Santa Pola y es la furia del Mediterráneo quien impide que el barco salga.
Pero, de venir una talla de la virgen, ¿por dónde lo haría en realidad alrededor del 1650? Sin duda alguna, por mar, ya que los caminos eran inseguros. Pese a encontrarnos en pleno Siglo de Oro, derrotas en Flandes y en toda Europa comienzan a calentar a fuego lento la olla de la decadencia del Imperio. El campo está infraexplotado, partidas de bandoleros controlan los principales pasos de montaña, así como los nudos de los caminos y las ciudades, especialmente Madrid, que son un nido de pendencieros, asesinos licenciados de los Tercios y embozados armados en cada esquina. Lógico, por tanto, que sea la navegación de cabotaje la que permita un transporte más seguro de bienes y mercancías.
Figura singularizante
El historiador Oscar Baile Ubassy preparó una ponencia en 2014 donde aseguraba que, dentro del mito, hay grandes dosis de realidad. “Sin duda alguna, la figura que singulariza nuestra leyenda por encima de otras localidades costeras es María de Guadalupe”, expone. Nacida en Azeitao, Portugal, el 11 de enero de 1630, la Gran Señora Doña María de Guadalupe de Lancáster y Cárdenas Manrique de Lara, tenía un abolengo y prestigio más que probado. Era VI Duquesa de Aveiro, IX Duquesa de Maqueda, Torres Novas y Ciudad Real; Señora del Adelantamiento de Granada y de las villas de Riaza, Torrijos y San Silvestre y IX Marquesa de Elche (nieta por línea materna de Bernardino de Cárdenas, quien mandó construir el Castillo Fortaleza). Todo ello sin contar con los otros grandes títulos heredados a la temprana muerte de su hermano.
Contrajo matrimonio en 1665 con Manuel Ponce de León de Cardona Fernández de Córdoba, VI Duque de Arcos de la Frontera (en cuyo honor se le puso su nombre al Baluarte del Castillo: el Baluarte del Duque de Arcos), uniéndose ambas casas nobiliarias. Sin embargo, y pese al apellido de Ponce y el ducado de Arcos, es María quien gana (y con mucho) en títulos y heredades a su marido. Una mujer fuerte, independiente y, desde luego, dispuesta a hacer valer su cuna. Baile Ubassy destaca que, pese al buen entronque, "no tuvieron un matrimonio demasiado bien avenido. Tras un pleito que en 1685 tiene María de Guadalupe con la Corona de Portugal, a sazón del reconocimiento de las prebendas del Ducado de Aveiro, y dado que su esposo en vez de tomar partido por su mujer, se inhibe, ésta tiene que recurrir al rey Carlos II para que medie con el Duque. Por este motivo decide separarse y poner fin a su matrimonio, algo muy inusual en la época, antes del fallecimiento del Duque de Arcos que tuvo lugar el 28 de noviembre de 1693".
Con luz propia
Brilla María, a todas luces, con luz propia. "Su gran personalidad la obliga a no consentir que nadie, ni su esposo, ni sus hijos, ni su rey rijan su destino", asegura el historiador santapolero. Pero, además de carácter, también poseía una gran religiosidad, empleando su fortuna en grandes obras de caridad y expansión de la fe cristiana. “Llegaron a denominarla “madre de las misiones” por su contribución a empresas de este tipo en China, Japón, Filipinas, África y Estados Unidos”, enumera Oscar Baile.
Pero, sobre todas las cosas, cabe destacar su profundísimo amor a la Santísima Virgen, concretamente por la Virgen de Guadalupe y su Santuario de Cáceres. “Santuario que protegió con sus donativos, ornó a la Virgen con sus joyas y en cuya Sacristía se haya un retrato de María junto a sus tres hijos. De hecho está enterrada a los pies del Altar Mayor”.
Por si fuera poco, su cultura es vasta. Gran políglota (hablaba hasta seis idiomas) y ávida lectora (contaba con una biblioteca de 4.374 volúmenes, “algo inaudito para la época”), su baúl intelectual lo completaba siendo experta en Filosofía, Teología Moral, Cosmografía, Esfera y Cartografía, así como de otras muchas ciencias, sin mencionar su amor por la pintura y su gran pinacoteca, con los primeros espadas de la época. Su luz se extinguió el 7 de febrero de 1715, a los 85 años, en Madrid y, entre otras, es mencionada de esta manera por Sor Juana Inés de la Cruz en su libro ’Inundación Castálida’, en un largo romance, del que Oscar Baile extrae: “Cifra de las nueve Musas (sois, Doña María de Guadalupe), claro honor de las mujeres, de los hombres docto ultraje, que probáis que no es el sexo, de la inteligencia parte…”.
No es descabellado el pensar que, a la muerte de su hermano, María de Guadalupe hereda el Castillo de Santa Pola (construido por su abuelo, como hemos indicado). Su gran devoción mariana, y siendo conocedora de que no hay imagen para la capilla que en éste se encuentra, le lleva a que, residiendo la gran dama en el Puerto de Santa María, embarque una virgen con dirección a la villa marinera: la Santísima Virgen de Loreto (procedente, como al principio del reportaje se ha dicho, de la villa italiana de Ancona).
Los elementos del mito se hilvanan pues con la realidad y qué mejor realidad para un pueblo que hace orgullo de su matriarcado, que sea la figura de María de Guadalupe, posiblemente una de las mujeres más grandes (y olvidadas) de la España del XVII, la que se propugne como nexo de unión.