CIENCIA — Por Mari Paz Quesada
 

Lo que el estrés quiere comunicarnos

 
Viernes 24 de junio de 2016 0 comentarios
 

El manejo del ritmo de vida que llevamos en estos tiempos no es nada fácil. Es probable que nuestra especie esté en un periodo de adaptación o que la forma en que vivimos vaya en contra de lo que somos... Lo que no es normal y lamentablemente estamos acostumbrados a ver, son personas que de una manera u otra sufren de estrés y consecuentemente de otros desequilibrios. Si esto ocurre, algo no estamos gestionando según los requerimientos de la vida agitada que vivimos. Si el ritmo ha aumentado de velocidad, quizás se puede compensar con su contrario y complementario: parar. Detenerse, verse uno mismo y quizás tomar decisiones…Si el cuerpo avisa, algo podemos hacer para que esa situación no siga empeorando…

Somos capaces de estar en estado de alerta ante situaciones rutinarias que, aparentemente previsibles, podrían o creemos que podrían traernos consecuencias perjudiciales. El estado de alerta ha de ser graduado y tiene que disminuir a medida que el estímulo “agresor” desaparece. Estos “agresores” en muchas ocasiones son nuestros propios pensamientos recurrentes, que mantenemos por miedo a que pase algo (puede ser que nunca pase) o después de algo que ha sucedido, seguimos dándole vueltas como una centrifugadora en nuestra cabeza. Si éste estado no disminuye y la respuesta fisiológica se mantiene activa desproporcionalmente, el cuerpo se va a desequilibrar.

En la actualidad conocemos las amplias repercusiones que tiene el estrés en los diversos procesos celulares cuando sucede como respuesta excesiva y crónica, ya que promueve un ambiente pro-inflamatorio donde la vulnerabilidad gana terreno y facilita el desarrollo de enfermedades. Y a veces…se nos olvida. El estrés mantenido o crónico, junto a factores genéticos y ambientales, también está relacionado con una aceleración del envejecimiento celular, con el acortamiento de los cromosomas, alteraciones cardiovasculares y con una disminución de la capacidad anti-oxidante. De hecho, las personas que viven bajo un continuo estado de estrés aumentan la activación de expresión de genes relacionados con la regulación de la inflamación, como son las citoquinas y sus receptores. Éstas producen cascadas de señalización celular que modifican el funcionamiento de la célula, incluidos otros genes, y su sobre-estimulación puede generar síndromes peligrosos para el individuo, como son las enfermedades autoinmunes.

Sabemos que estados mentales desarmonizados alteran el funcionamiento de los sistemas corporales. Concretamente hablo de cosas corrientes, del día a día. Y sabemos que cada persona vive una misma situación de forma diferente, dependiendo de si tiene prejuicios o no, de lo que haya vivido en el pasado, si acepta las cosas como son o no... De modo que si una situación se interpreta como estresante, puede fomentar sentimientos de miedo, depresión, rabia, envidia, desesperanza, desilusión, sufrimiento, inseguridad, etc., que activan mecanismos bioquímicos a nivel del hipotálamo, hipófisis y glándulas suprarrenales. Esto ocurre porque el sistema nervioso mantiene una relación bidireccional con los sistemas inmune y endocrino, interactuando a través de neurotransmisores, hormonas y citoquinas.

Fisiológicamente, en el momento en que se percibe un elemento como estresante (cualquier cosa: una palabra, una mirada, una circunstancia, un hecho…), tal como describió Hans Selye, se pone en marcha el síndrome general de adaptación o respuesta al estrés. En primer lugar, es la fase de alarma en la que el organismo activa el sistema nervioso simpático; las glándulas suprarrenales que son estimuladas a través del eje hipotalámico-hipófisiario-adrenal, secretan glucocorticoides y adrenalina para movilizar recursos energéticos y enfrentarse a la situación. En segundo lugar, es la fase en la que la situación puede resolverse con adaptación, o por el contrario no se resuelve y aparece resistencia ante la misma. En este momento se utilizan los recursos energéticos de los que dispone el cuerpo y se disminuye la función de algunos sistemas innecesarios en este panorama para hacer frente a la situación de emergencia, como son el digestivo y reproductivo. Al mismo tiempo el sistema inmune y el hormonal aumentan su actividad. Finalmente, si la situación no se ha resuelto, la persona se encuentra en fase de desgaste donde sufre un excesivo derroche energético que se traduce en “cansancio” de los órganos; y si este estado se mantiene, se alteran los parámetros de la reactividad inmune ante agentes infecciosos y patógenos, donde la continua exposición incrementa la susceptibilidad y/o severidad de enfermedad.
Además de un deterioro físico, también se produce un cansancio psicológico donde se abre la puerta a la ansiedad y depresión. Como naturaleza sabia de la que todos estamos hechos, donde todo cumple una función con sentido, donde todo lo que somos está en armonía y en directa relación, la ansiedad y depresión contribuyen a un mayor riesgo de enfermedades cardiovasculares.

El organismo queda expuesto a envejecer más rápido y a desarrollar múltiples patologías. Si el desequilibrio entre el sistema nervioso y el inmune se hace crónico, podría dar lugar tanto a una sobre-activación de respuestas inmunes y por tanto a enfermedades inflamatorias, como a la supresión de respuestas y al aumento de susceptibilidad de enfermedades infecciosas. De hecho, Selye también constató que una continua secreción de hormonas esteroideas produce una disminución del tamaño del timo y de otros órganos linfoides.
En el otro lado de la baraja, situaciones que se interpretan como tranquilas y pacíficas crean sentimientos de amor, tolerancia, gratitud, dulzura, felicidad, tranquilidad, compasión, determinación, confianza, etc., que no requieren la activación del sistema inmune ni la disminución de la funcionalidad de otros sistemas. El sistema inmune y el sistema nervioso central están en equilibrio En estos estados, el cuerpo no solicita energía extra ni produce desgaste, ya que se encuentra en perfecta armonía. Se trata de una gran organización reguladora en la que personas equilibradas mantienen la homeostasis de su cuerpo y de su mente.

De esta forma, no podemos separar ninguna situación que afecta al sistema nervioso de las señales bioquímicas que se desencadenan a consecuencia del mismo. Ambos panoramas expuestos de interpretación subjetiva son muy distintos y ambos tienen su influencia sobre la salud, siendo dependientes principalmente del modo en que cada persona percibe y traduce en su cerebro el ambiente que le rodea. Aún estando en un estado de estrés, no hay que preocuparse porque puede revertirse y modularse. Un paso importante es reconocer las conductas que lo causan y modificarlas, así como tomar decisiones y realizar cambios en el estilo de vida. También hay diversas “técnicas” que incluidas en el programa diario pueden ayudar a regresar el equilibrio natural que debemos tener, aunque serán objeto de otro día.
Imbuidos en una rutina casi autómata, hacemos y hacemos…quizás olvidando que el pasado y el futuro pertenecen al tiempo, pero el presente pertenece a la vida.

 

Comparte este artículo

 
 
 

Comentarios

 
 

 

CARTAS AL DIRECTOR

PACO, NOSOTROS SEREMOS TU MEMORIA
Roque Miguel Alemañ Bonet 13 de septiembre de 2022
A LAS TRABAJADORAS SOCIALES DE SANTA POLA
Carlos A. Pinto 23 de diciembre de 2020
A ROBERTO LÓPEZ
María del Carmen López Pomares 23 de diciembre de 2020
CUANDO EL KARMA EMPIEZA A DEVOLVER A CADA UNO LO SUYO
Roque Miguel Alemañ Bonet 20 de noviembre de 2020
OBITUARIO JULIO BAEZA
Manuel Ortuño Cerdá-Cerdá 20 de noviembre de 2020

Periódico Santa Pola © Copyright 2016, todos los derechos reservados.

Diseño: Baluarte Comunicación s.l.