Son los niños los que han mantenido viva la llama del Carnaval en la villa marinera. Una tradición que, con el correr de los años, ha ido perdiendo su carácter popular (quizás porque hemos migrado a Halloween los más mayores), pero que la comunidad educativa ha sabido coger el testigo sabiamente.
Tematizados y caracterizados, algunos de comidas y alimentos que se pueden encontrar en nuestra comunidad (y expresados bien, bien fuerte en nuestra lengua, el valenciano), como bien nos pudieron enseñar los alumnos y alumnas del Ramón Cuesta, en el parque Sorolla. Otros, le han dado a la batucada, a los ritmos brasileños, congregando a decenas de padres y viandantes en la plaza del Mercado o a las puertas del Castillo. Pero no todo ha sido diversión pura y dura, también ha habido juegos y se han conducido actividades de grupo. En este último caso, a cargo de dos madres del Joanot Martorell, disfrazadas de payaso, que lo han dado todo y han hecho las delicias de los más pequeños. En el Azorín, incluso, se han atrevido con el Día de los Muertos.

Otros centros se circunscribían a sus instalaciones, como Alonai o José Garnero, dejando libre el patio para la imaginación, la fiesta, el color… y los concursos, por supuesto. La originalidad marca muchos de los disfraces. Pues Carnaval no es una fiesta donde sea el dinero lo que cuente, sino la imaginación y la trasgresión.

Desde el Periódico Santa Pola queremos agradecer el ímpetu de los más pequeños (y a los muchísimos padres que han querido colaborar con este día), pues nos han ayudado a recordar que no hay que ver la vida de una forma pesimista y sí con alegría, siendo capaces de reírnos hasta de nosotros mismos.