IGUALDAD
 

Candados (y cansados) de la figura del príncipe azul y de la mujer salvadora

 
Viernes 10 de febrero de 2017 0 comentarios
 

Los barrotes de la pasarela en el Mirador del Faro se van llenando de candados, como si del Pont des Arts de París se tratara. Como una reminiscencia del amor romántico, del que se supone durará toda la vida, bajo la metáfora del candado atado a un brazo metálico frente al mar. Un fenómeno cultural, simbólico y universal, que pincela el paisaje del faro como lo hace con el parisino.

Ese amor de atadura, eterno, el del “juntos para siempre, sin evolución ni cambios es un concepto erróneo y equivocado”, según Cristina Martínez, de Infodona, quien puntualiza: “El modelo de amor romántico conlleva sufrimiento, el ceder por la otra persona, los celos, la posesión”. Una tipología de amor insana, incluso, que desemboca en la anulación del yo.

Salvadoras y príncipes
Según Martínez, “a amar se aprende, y nuestra cultura nos enseña cómo amamos. Se nos dice a quién querer, cómo querer, qué muestras de amor dar. Y eso se aprende en la socialización a través de la familia y de las películas, novelas...”, desde muy niños. Algunos productos literarios actuales, como la saga Crepúsculo tan aceptada entre los adolescentes, muestran a “la mujer salvadora, a la que quiere formar una familia, a la que quiere hacer que el chico se reconduzca en un camino torcido”, en definitiva, a la mujer que redime al ser amado. Otro concepto que se reitera es del príncipe azul, el del hombre del que la mujer depende, siendo las “relaciones de codependencia algo tóxico”.

Control e identidad
Desde Infodona, en sus acciones y charlas, transmiten el mensaje de que los “celos no son una muestra de amor ni algo deseable. Y que el control, sobre todo actualmente a través de las nuevas tecnologías tampoco es sano”. De hecho, los datos muestran que tres de cada diez adolescentes no consideran el control -por ejemplo a través de las aplicaciones de mensajería, llamadas, o imposiciones sobre qué vestir- como indicador de violencia de género. ¿Por qué? Porque “lo consideran algo deseable, como indicador de que el ser amado se preocupa”. Incluso entre las jóvenes féminas este concepto está extendido e incluso lo justifican porque “ellas también ejercen ese control”.

“Si creo que el amor todo lo puede, creo que una persona puede cambiar y ser la persona que yo quiero. Pero si quiero que alguien cambie, lo que realmente sucede es que no me gusta realmente esa persona tal cual es”, afirma Martínez. La pérdida de identidad es otro de los peligros del amor romántico y desde Infodona se reitera que “cada cual es quien es, y se debe ser uno mismo sin dejar que nadie venga a decirte qué hacer, dónde ir o cómo vestir”. Mantener la identidad es un proceso complicado, sobre todo en la adolescencia, época en que el autoconcepto a veces es frágil y en que la autoestima se forma y tambalea.

¿Qué hacen los chicos?
“A los chicos el amor romántico les parece arcaico. Les cuesta entender que la violencia de género viene de una desigualdad de papeles y cuando se les habla de indicadores de violencia se excusan argumentado que las mujeres también controlan”, sostiene Martínez, según su experiencia en Infodona. Cuando Martínez llega a un instituto a dar una charla sobre violencia de género y patrones machistas percibe que “los chicos se ponen a la defensiva, aunque luego hablando uno por uno, terminan entendiendo estos conceptos”.

Sólo para mí y conmigo
Además de la devastación que puede provocar en la identidad y la autoestima, el amor romántico suele afectar a las relaciones con el resto del entorno: “Para estar con el ser amado, se quita tiempo de la familia, de los amigos, de las aficiones y la pareja termina siendo la única fuente para salir, para pasarlo bien”. El problema de focalizar toda la vida en una sola persona “es más difícil que se detecten conductas o aspectos que no gusten. Porque si rompo con mi pareja, qué me queda. Se derrumba todo porque se ha dejado de lado el resto”.

El amor romántico transmite la idea de compartirlo todo, de estar siempre juntos... “pero cada cual debe mantener su independencia”, asevera la experta en la materia.

La tan repetida frase “te quiero sólo para mí” es “peligrosa”, sobre todo en los adolescentes. Quien la escucha piensa en cuánto se preocupa el ser amado, en cuánto la/lo quiere... “pero todo esto se confunde con lo que es el amor. Y debemos desmitificar el amor como posesión, que suele acabar en la sumisión de la persona controlada”.

Repetición de patrones
Para Martínez, “los patrones del amor romántico se siguen manteniendo, tanto en adolescentes como en adultos porque nos siguen transmitiendo los mismos mensajes”. Se perpetúa la necesidad de tener pareja, como en San Valentín, “cuya máxima preocupación de muchos es tener pareja para poder celebrarlo y muchos se entristecen por ello, por ese condicionamiento”. Incluso se da tanta importancia a tener pareja, que “se minimiza lo malo”.

¿Cómo combatirlo?
Si ese concepto de amor romántico es tan dañino, dado que provoca la anulación de la identidad y el control del ser amado, ¿qué se puede hacer para mitigarlo o combatirlo? ¿Dejar de ver comedias románticas americanas? ¿No leer determinada literatura? “Lo fundamental es establecer las bases de una relación sana. A saber, el respeto, la igualdad, la confianza y la libertad”, según Martínez. Es decir “todo lo contrario a lo que simboliza un candado”.

Cambiar ese modelo de amor supone que “el amor es libre, que se ama a quien se elige, que se ama como se elige, y que sin pasión ni sufrimiento no hay amor”, más allá de refranes populares como “quien bien te quiere, te hará llorar” o de conceptos como la “media naranja”. Sin embargo, se trata de frases, de mensajes que tenemos tan interiorizados, que forman parte incluso de un inconsciente colectivo, que son difíciles de desterrar del cerebro social e individual. Como explica Martínez, “quien bien te quiere, te hará feliz, se esforzará por ello. Y una pareja no son mitades, no hay que buscar en la otra persona lo que a mí me falta”.

 

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