
Centenares de personas se congregaron a las puertas del Ayuntamiento para celebrar la Cuarta Edición del Día del Orgullo Gay en Santa Pola, obviamente, con su desfile como gran apuesta visibilizadora, y para escuchar un discurso que defendió en su inicio no sólo esta necesidad, también para dar a comprender que existen otras formas “de ser y amar”.
El discurso no fue un simple manifiesto, fue una exposición de circunstancias personales a cargo de sus protagonistas. La primera de ellas, una chica, proveniente de una “familia tradicional”, siéndole, personalmente fácil, el aceptarlo o el decirlo. “A día de hoy, la sociedad todavía no acepta por completo lo que se sale de los establecido, de la norma. He estado callada durante años, sintiendo miedo al rechazo, o vergüenza. Hasta que un día reaccioné y me dí cuenta de que jamás tenemos que tener esas sensaciones sólo por el hecho de querer a alguien”.
Esta forma de expresarse era una clara llama a terminar con el miedo, con las injusticias, “y sentirnos libres de amar a quien queramos”.
Otro de los intervinientes declaró que fue agredido por el mero hecho de ser homosexual, en otra, por defender a otra persona por parecidos motivos. “No entiendo cómo podemos llegar al punto de usar la violencia contra algo tan puro como lo es el amor. Pienso que hemos llegado al momento de no dar un paso atrás, de no dejar paso al odio y ser conscientes de que la homosexualidad no ha de ser motivo para ocultarse, juzarse ni mucho menos para generar violencia”.
Ahora, más que nunca, las personas han de sentirse libres para expresar lo que sienten. Más que nunca, ahora, por los debates que salen a relucir, donde aparecen gentes que piensan en blanco y negro, “y a las que sólo se les puede decir una cosa: vivimos en un mundo de colores”.
Con un gran aplauso y la versión de Fangoria de “A quién le importa”, se puso fin al miedo y se abrió paso a la fiesta, que es la mejor forma de combatir la intransigencia.