Jorge Hernández Guardiola
 

LA PATERA

 
Viernes 17 de octubre de 2014 0 comentarios
 

Un muchacho medio desnudo
enarbola un pañuelo desde su patera: pide asilo a un crucero que pasa, pide agua a un barco de guerra.
El muchacho ve navegar los transatlánticos y los mil rostros de sus cubiertas:
son semblantes curiosos y robustos, unos hacen turismo y los otros no lo saben ni ellos.
El muchacho, en una de esas pasadas, se fijó en el rostro de una niña, ella también miraba y, mientras mira, sueña
que viaja con él a la deriva.
Un muchacho medio desnudo
ve alejarse una quimera,
él también quiso soñar
pero su pañuelo ya es una bandera.
Y es sabido que las pateras
con bandera son también barcos, aunque se hundan en la miseria, aunque tenga los remos partidos.
Perdido en el océano
el muchacho lloraba,
muy lejos queda ya su casa
tristemente bombardeada.
En el desierto enterró a sus padres bajo un sol que quema,
ahora sueña que rema
buscando otra orilla.
Ella en la lejanía lo retiene
en sus azules pupilas,
no hallará tanta belleza
entre las islas griegas.
Retuvo aquel náufrago
en su corazón
como Ulises que busca una sirena y en su pecho palpita
cada noche la imposible quimera.
Un muchacho medio desnudo
enarbola un pañuelo desde su patera: pide asilo a un crucero que pasa, pide agua a un barco de guerra.
Ya la mar es menos océana
y se le antoja un porvenir.
En medio de la soledad
ya no solo se menean las olas.
Y pasan los días y las horas
en el azul de la niña,
en el azul de la mar
renaciendo de entre las espumas.
Ahora su pañuelo es una gran bandera que atraviesa el Mediterráneo de sur a norte
y de este a oeste
en su maltrecha patera.
No huye de su condición
ni se siente vencido bajo las estrellas, solo atraviesa Europa
arañando toda su conciencia.
Por fin un barco pesquero se detuvo y le dio auxilio,
y es que los hombres de la mar tienen sus leyes que son supervivencia.
Y se lo trajeron a Santa Pola
y salieron todos en las noticias:
un adolescente palestino
es rescatado a la deriva.
Y aunque anduvo de internado en internado nunca estuvo solo, porque pintó de azul el desierto palpitante de su
corazón, los ojos y la mirada de una niña que desde un barco le sonrió.

 

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