‘La muerte no es el final del camino’ es lo que cantamos en los funerales y en las misas de difuntos, es el comienzo de una vida sin fin, la que vivimos con Dios, desapareciendo todo aquello que nos inquieta y no nos deja ser felices aquí en la tierra.
El dolor de la separación de los seres queridos no debe ocultar la esperanza. Solemos decir que los difuntos han pasado a una vida mejor y es verdad. Porque hemos nacido para la eternidad, no para la tierra. Y una eternidad en la que Dios nos aguarda en las muchas moradas que tienen preparadas para nosotros.
En este día recordamos a nuestros difuntos y lo debemos hacer en la oración y asistiendo a misa, donde siempre pedimos por ellos y donde vivimos esa creencia de la comunión de los santos.
Está bien visitar tumbas, adornadas con nuestro recuerdo y nuestra ofrenda de flores, pero lo que verdaderamente nos une con nuestros difuntos es la vivencia de la fe que nos dejaron.
Una oración, una misa por aquellos que nos precedieron alimenta nuestra fe y ayuda a nuestros seres queridos que han fallecido.
Estamos pues en un día en que los cristianos debemos rezar y aplicar al menos una misa por los difuntos.
Además, si mal no recuerdo, es uno de los pocos días que pueden los sacerdotes celebrar hasta tres misas, por lo tanto no tenemos excusas de horario y debemos procurar que una tradición tan arraigada de la Iglesia no se pierda.
Es piadoso orar por nuestros difuntos.