Hemos tenido en España a un hombre de bien, lleno de carisma, íntegro. Se llamaba Adolfo Suárez. Por desgracia, no se supo en su momento valorar su figura, su talla como presidente y como ser humano. Le echaron de la Presidencia, le desterraron al desierto del olvido político. Ahora, en un tiempo en que la honestidad política se pone en duda y donde los hombres de Estado hacen más falta que nunca, muchos nos preguntamos si vendrá de nuevo otra egregia figura capaz de ilusionar, de aglutinar y de hacer del diálogo y el consenso su marca personal y de partido.
España es una joven democracia, aún, pero que empieza a padecer los males de las casas viejas y mal construidas. Aluminosis moral y desestabilidad en los cimientos políticos. Como casa, es grande, luminosa y mira al mar por todos sus costados. No la vendamos a la baja sólo porque el mercado ha cambiado.