Tañían puntualmente las campanadas de las once de la noche cuando La Verónica y El Nazareno se encontraban en sendos extremos de la plaza. Ella (que lucía el trono de Nuestra Señora de la Esperanza y la Paz), lo hacía con un lento procesionar desde la calle Santa Isabel. Él, con sus particulares y complicadísimas zancadas, emulando las Caídas hacia el Calvario, por la calle Cruz.
En poco menos de diez minutos acaeció el acto más solemne del Martes Santo. El público, callado, sobrecogido y expectante esperaba un Encuentro que, este año, fue saludado por un grupo de dolçainers, quienes interpretaron La Saeta.
Tras subir los tronos al cielo y ser bañados por la luz de la luna llena (que apareció ex profeso para el Encuentro), ambos tronos se dirigieron a la iglesia, interrumpiendo su paso por alguna desgarradora e improvisada saeta.
Por otro lado, la espectacularidad del Encuentro dio paso el Miércoles Santo al Via Crucis con la Cruz del Mar. Una procesión marcadamente santapolera, sobria y recogida, a la que acompañan numerosos fieles. Aunque en todos los pasos el fervor está presente, es con la Cruz del Mar donde, a cara descubierta, puede verse cómo la emoción embriaga a todos los porteadores.