L a muerte, un caballo alado que cuando despliega su influencia no atiende a razones, ni a sentimientos, ni tan siquiera al sentido de la justicia o a los argumentos de la piedad. La muerte no sabe medir el dolor que causa, tampoco admite réplicas desgarradoras desde la súplica. La muerte es la imprecisa respuesta a un contenido planificado. Todos sabemos que moriremos, lo que no sabemos es cuándo y mucho menos cómo. Cuando dejemos este mundo lo haremos desnudos y liberados, lo material se queda en su arraigo y sólo vale lo que dejemos en los recuerdos. Los que dejen resentimiento y crueldad, se les recordará por lo que fueron y, los que dejen sonrisas entre las cejas, serán recordados por que su siembra cosechó en nuestros corazones.
Entre estos últimos se encuentra mi primo, El Chuto, Manuel Miralles Martínez. ¡Nos dejó!. A pesar de que su vida iba llegando a esos remansos en los que encuentras la relativa estabilidad y a los que llegas con la fatiga de haber vivido media vida. Sólo media. En estos momentos en los que escribo este artículo, noto que mis ojos se nublan por la pérdida. Ya ha sido enterrado y sólo nos quedará su recuerdo y esa sonrisa entre las cejas. He querido utilizar este espacio para dar mi último adiós a una de las personas más buenas que ha caminado entre nosotros. Es para mí, un momento de extrema tristeza, también de ira, de mirar al cielo y esperar respuestas que no llegan. Sólo queda la sumisión y la caída de la mirada. Desde este rincón de las palabras, dejo constancia de que la muerte es una injusticia que rasura los sentimientos de forma arbitraria. Hoy sopla viento de adiós, así que primo, coge la tabla y navega hacia el lugar donde la libertad te da la mano, al lugar donde elegiste volver. No te olvidaremos.

Paco Soler