oy, 4 de octubre, San Francisco de Asís, me viene en gana hablar de la raza canina, de la compañía de los perros con el ser humano dentro de los hogares. No en vano, el Santo es el patrón de los animales, el cenobita que vivió en compañía de las alimañas en pleno campo, convivió con ellas y les mostró el amor como criaturas de Dios. Bien conocía, éste, por sus estudios bíblicos, la referencia del sagrado Libro a todo tipo de fieras y animales que aparecen en él como en el Canto de los tres mancebos en el horno ardiente del profeta Daniel: “Bendecid al Señor peces, aves, todas las bestias y ganados; cantadle y ensalzadle por los siglos” y en la secuencia del salmo 8 que trata del sometimiento al hombre de todo lo creado: “ovejas, bueyes y todas las bestias del campo, aves por el cielo y peces por las aguas”. En definitiva todo el mundo animal, criaturas de Dios, cuyas especies, sea la que sea, son llamadas por el Seráfico hermanos/as como denominaba al hermano lobo, hermano perro, etc.
Pero detengámonos en el perro, tema de este escrito. Ya Cervantes, el autor de don Quijote de la Mancha, en su obra de parodia picaresca El Coloquio de los perros, pone en boca de estos dos protagonistas, Cipión y Berlanga (lindos nombres para canes agudos) sus peripecias y andanzas con distintos amos y en especial entre pastores con sus collarines distintivos. Expone con claridad el amor que les brindaban los amos por el servicio y lo bien que los mantenían y así cuantos más bocados más cariño pues el hambre no hacía mella en ellos. Y la correspondencia era manifiesta: el amor del perro al amo llegaba hasta el extremo de acompañar al difunto dueño al pie de la sepultura y aún dentro de ella hasta la extenuación. De ahí que el perro es el animal fiel al hombre no es nada nuevo: es el perro del ciego, el perro de compañía del anciano, el perro mascota de los niños, el perro de pastor, y otros y otros.
Hoy en nuestros días sabemos de la invasión de canes que invaden ya no las casas de labranza en zonas rurales sino las de nuestras ciudades y así, aquí en Santa Pola –y desconozco el número de empadronamientos caninos– la proliferación de estos animales, amigos del hombre, es cada vez más intensa y aún más con el aditamento de los de nuestros visitantes en verano y días de fiesta. Basta salir a la calle para comprobarlo. Si nos situamos en el nuevo paseo marítimo es clara una auténtica pista de desfile de estas criaturas de toda raza y color, que ladran, saltan y son atusadas por los viandantes; los niños juegan con ellos, los mayores los acarician y hasta algunos los abrazan y besan. Unos se sitúan en las terrazas y balcones de las viviendas mirando la calle; otros, atados a postes de tráfico, farolas, bancos junto a establecimientos, no cesan de mirar al transeúnte con alaridos o más bien aullidos esperando a su amo.
Y he dicho aullido y no ladrido por la diferencia de sentido. Aquel es el ruido que produce el animal en continuidad y que proyecta en el escucha una sensación desagradable con el desequilibrio de la sensorialidad en sus neuronas acústicas; éste es el sonido normal, esporádico, no continuado que no molesta, fácil de conseguir de forma muy sencilla: collares antiladridos a precios asequibles desde 10 € en adelante.
¿Quién debe velar por el bienestar del ciudadano? La normativa municipal dictada y aprobada por cada ayuntamiento que, en caso necesario, debe ser estricto en su cumplimiento e imponer la sanción correspondiente a quien incumpla la ley. La ordenanza sobre la convivencia canina con el ciudadano la tenemos a disposición de todos en las dependencias policiales de cualquier localidad. Ajustémonos a ella.