José Luis era uno de los buenos samaritanos que cuidan y alivian problemas de otras personas poco afortunadas.
Fue el padre de muchos menesterosos: blancos, negros y otras razas.
Se nos fue un día calladamente, quietecito, como si durmiera. Todo él era así: calladito, buen amigo, buen ciudadano, no quiso nada para él, ni su cuerpo que lo donó a la ciencia.
Yo soy bilbaína y fue una suerte encontrarme entre sus amigos, que como él colaboran en Cáritas. He llorado su marcha porque además no he podido asistir a nada, pero sé que muchos de sus amigos nunca le olvidarán porque por sus hechos se conoce a las personas.
Donde estés, amigo José Luis, te deseo una gran paz, de la que no gozamos en este mundo.
Una amiga.
Ana Merodio