El pasado 24 de junio tuve el placer de conocer a José Irala. Visitó nuestro pueblo y estuvo con nosotros durante dos días. Este hombre de Huelva, lleva recorriendo España casi nueve meses con su escooter para discapacitados, pues ha hecho de su condición su lucha, su razón de vivir.
Es una tarde calurosa y nos tomamos un refresco mientras me cuenta su vida. José tiene 50 años, creció en un orfanato y allí permaneció hasta los 18 años. Siendo niño le diagnosticaron distrofia muscular y cada día que pasaba, su capacidad se reducía más y más. A pesar de ello, nada le impide luchar por lo que cree justo, por sus derechos y por los que sufren problemas similares a los de él. El lema que defiende es “la igualdad de integración de los minusválidos en la sociedad”. Me cuenta que no pide dinero para él mismo, solo pretende concienciar a la gente y explicar que el ser discapacitado no le imposibilita desempeñar un trabajo digno. Me explicó que habla varios idiomas y que había trabajado como traductor; además es ATS. Pero en esta sociedad en que vivimos la condición manda y aunque pensemos que no es así, hemos establecido jerarquías desde lo que “debe ser”, que se ha convertido en un requisito imperativo, hasta la “perfección” -esta es una palabra que no me gusta nada- para conseguir un puesto de trabajo y poder vivir sin excesos. En realidad, hay poca gente que mire a la persona en su esencia y acabamos valorando a nuestro semejante en comparación con el patrón que se nos ha enseñado y hemos aprendido desde nuestra infancia. Por ello, José está estigmatizado como incapacitado laboral y condenado a sobrevivir con una pequeña ayuda -y aún dando las gracias porque otros no la tienen-.Además, debe vencer las barreras arquitectónicas que le impiden poder desplazarse como cualquier otro individuo. Al respecto, merece la pena subrayar que se ha avanzado mucho en este sentido, pero todavía queda mucho por hacer.
Durante su recorrido por Galicia, Cantabria, Badajoz y Valencia, entre otros lugares, ha vivido diferentes experiencias, incluso más de una traumáticas:
“Me han agredido, han quemado mi silla de ruedas por llevar la bandera de España y me han robado”. Al decir esto, observé que se emocionaba con indignación. Le pregunté cómo lograba superar esos desagradables acontecimientos y respondió que estaba acostumbrado a caerse y levantarse desde pequeño, y que tal vez por eso, conseguía sobreponerse. Sin embargo, no entiendo las injusticias que cometen algunas personas. No… no puedo, no me cabe en la cabeza que exista gente así… y le dedico a él estos versos:
No hay hombre más valiente
que el que se emociona y siente,
el que persigue sus derechos
y anda como puede
caminos de flores y… espinos verdes
¡Que se aparten los malvados!
y se acerque la buena gente
para dar un abrazo a este hombre valiente.
Eso sí, tiene más peso lo bueno que lo malo. Son los gratos recuerdos, los que José guarda para sus adentros, como cuando una señora le ayudaba en el aseo personal, hecho que reivindica por verse en serias dificultades para hacerlo él mismo. Tiene muchos seguidores en Facebook, personas que ha conocido y otras que ni siquiera conoce, pero que saben de él y le apoyan en su reclamación. Y de aquí, de Santa Pola se lleva el cariño de alguien que le ha ayudado y ha conseguido que otros le ayuden. Me pide que le de mil gracias de su parte: “mil gracias, Pepa Garri”.
“Mañana voy hacia Guardamar…” Dijo cuando ya la tarde culminaba. Me despedí de José Irala con un abrazo y sintiéndome afortunada de haberle conocido.