Miguel Atencia
 

SE ACABÓ EL VIAJE

 
Viernes 6 de mayo de 2016 0 comentarios
 

En la fachada de un edificio situado junto a la estación del tren, en un pueblo castellano, puede leerse un letrero que dice: “No te vas del todo. Algo tuyo queda.” Esta amable despedida no está dirigida a los viajeros del tren, sino que el rótulo adorna el muro de una funeraria.
Al leer el rótulo se puede pensar que quien cree debe de carecer de imaginación. A menudo se considera que son los racionalistas quienes carecen de fantasía, pero parece que son los creyentes los que no son capaces de imaginar las consecuencias de lo que dicen, y pueden mantener una vaga idea de la vida de ultratumba, tranquilizadora y amable, pero falta de contornos precisos.
Porque si alguien se pregunta qué es lo que se quedará de él cuando se vaya, lo más agradable y limpio que se le ocurre son sus cenizas. Y pensará, no me voy del todo: os dejaré aquí parte de mi materia, aunque no en las mejores condiciones. Visto así, ese algo que se queda no debe de servir de consuelo.
Otra frase que se escucha a menudo para aliviar el dolor por la muerte es. “Tu madre o tu padre o tu hijo te estará mirando desde el cielo” ¿es eso tranquilizador? ¿Quién desea que su madre, su padre, o su hijo, vean todo lo que hace? No es necesario que nos pongamos escabrosos para darnos cuenta de que no es una respuesta agradable.
Tampoco la vida en el paraíso prometida a los que se la hayan ganado con su virtud parece haber sido imaginada en detalle. Habrás oído esa frase dirigida al pariente de un fallecido, que le promete que se reunirá con el muerto en el más allá.
Intentemos imaginar el encuentro: primero se supone, que, aunque el paraíso sea un club bastante exclusivo, con el paso de los siglos estará habitado por decenas de millones de personas, lo que vuelve complicado el reencuentro. Y, cuando tenga lugar la resurrección de la carne, ¿resucitaré con la edad con la que me muera? ¿Quiénes mueran jóvenes se reencontraran con sus hijos ancianos? ¿Qué pasará con mi próstata, con tus cataratas, con su marcapasos? Más preocupante aún si te han trasplantada el hígado o el corazón de otra persona, ¿Quién se quedará con el órgano en la otra vida? Por otro lado es de imaginar que habrá allí cosacos, fenicios, babilonios etc. Nada que objetar al entendimiento entre los pueblos. Y una pregunta aún más incómoda; tras la resurrección de la carne, ¿orinaran y defecaran los salvados? En la religión musulmana, parece que llegaron a la conclusión de que allí no se realizarían esas desagradables funciones corporales.
Parece ser que algunos teólogos, han dedicado años a dilucidar tales cuestiones (por cierto, para tu tranquilidad estos piensan que se resucitará con 33 años) Aunque sus conclusiones más parecen piruetas intelectuales que solo pueden convencer a los ya convencidos, y es obvio que, a pesar de los desvelos de los teólogos, la mayoría de los creyentes siguen sin saber con exactitud lo que dicen cuando hablan del “Más Allá” En conclusión, aunque se empeñen en endulzarnos “el último viaje” con la posible llegada a un destino placentero, hemos de seguir pensando lo que parece más probable: cuando te mueres, se acabó el viaje”

 

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