El panorama del mundo contemporáneo es más bien desolador. Todo este cúmulo de inquietudes nos impide acercarnos, máxime en una época en la que no se favorece la escucha, y con las prisas del desconsuelo también nos frenan la quietud meditativa, junto al arte de la consideración hacia todo ser humano. Resulta alarmante que la población civil se haya convertido en víctima deliberada en muchos escenarios de conflicto y que los ataques a hospitales y centros de salud se hayan convertido en objetivo preferente, ante la impunidad de gobiernos y la pasividad actuante, en ocasiones, de la comunidad internacional. A mi entender, si en verdad queremos recobrar la quietud, para que este mundo deje de ser tan convulso, deberíamos rechazar con firmeza una mentalidad fundada en la sospecha, en la confrontación y la rivalidad, y promover, en cambio, una cultura modelada por las enseñanzas del acercamiento y los más nobles valores tradicionales de los pueblos en su unidad. Estimo que hay que fortalecer el papel del sistema de las Naciones Unidas para que, de este modo, también se asegure el respeto a los derechos humanos de todos y el estado de derecho, como base fundamental de la lucha contra este ambiente de tensión, injertado a veces con la siembra del terror. Ya está bien de tanto desprecio hacia la vida humana, un auténtico calvario que la humanidad no puede soportar por mucho tiempo; pues, si el mantenimiento de la paz comienza, como dijo Dalai Lama, con la autosatisfacción de cada individuo, el sustento de la quietud se inicia también, a mi modo de ver, por la voluntad de lograrla.