Mi mujer tiene una perrita que se llama Trufa y mi hija, ahora en el Cielo, tenía otra, hermana de la anterior, que atendía por el nombre de Buffy. Entre las dos no pesaban más allá de 7 kilos. Desgraciadamente hace unos días murió Buffy. Dicen los expertos que murió de pena porque quería irse con mi hija. Siempre he sido yo el encargado de sacarlas a pasear para que hicieran sus necesidades. Ahora sólo saco a Trufa. Cuando vivían las dos, raro era el día que, mientras paseábamos, ellas en su lenguaje, ladrando y mirándome, y yo en el mío, no mantuviésemos la misma o parecida conversación. Tanto como a mí, les fastidiaba que existieran determinados dueños y dueñas de estas mascotas, que con desfachatez y mala educación, las dejaban hacer sus caquitas en las aceras, mientras ellos o ellas, seguían adelante -haciéndose los despistados-, dejando la porquería sin recoger, para vergüenza de sus perritos o perritas -jamás me atreví a llamarlas perras o perros a secas-, que demuestran ser más inteligentes que sus dueños, que se pasan el día ladrando, maullando y rebuznando para demostrarnos lo mal educados que son. Buffy se ponía de mala leche cada vez que veía a esos dueños que sacan a sus mascotas, sueltas, a pasear, sin tener que preocuparse de lo que hacen, para no tener que recoger sus cacas. Son esos dueños que se merecen los calificativos que usted y yo estamos pensando, y que te miran desafiantes, como diciéndote ¿qué, pasa algo?, mientras tus pobres mascotas lanzan un breve ladrido, llamándoles la atención porque temen, como es lógico, que alguien le eche la culpa a ellas. Y si Buffy se ponía así, Trufa se subía por la paredes -es un decir-, cuando veía a los dueños o dueñas de otros animales, hacer sus necesidades en la calle importándoles una mierda -nunca mejor dicho-, que otras personas las pisen y se ensucien ellos y las aceras que tanto cuesta mantener limpias, en trabajo y en dinero. La conversación que, a diario teníamos, era más o menos así:
Yo: Que mala educación la de estos tipos.
Trufa: Ya empezamos. Imagino que ya has visto alguna caca de perro en la acera.
Buffy: Seguro que es eso. Ni aprenden ni quieren aprender.
Yo: Pues sí, a ellos me refiero, porque ya la estoy viendo, y no una sino varias cacas sobre la acera. Y esos dueños, guarros y con poca esencia de la convivencia, les importa un pito que paguen justos por pecadores, siendo los culpables de que la gente os insulte a vosotras y a mí.
Trufa:Y si tú recoges nuestras cacas, ¿ por qué ellos no lo hacen ?
Yo:Porque son unas personas irresponsables, indignas de tener una mascota. Porque son unos perfectos cochinos que les importa un rábano lo que podamos pensar de ellos. Lástima que no entiendan lo que de ellos piensan sus mascotas.
Buffy:¿Y te refieres también a ellos cuando dices que se merecen una señora multa que los deje temblando y tiesos durante una buena temporada ?
Yo: Si, a todos ellos y ellas. A los que me quedo con ganas de denunciarlos por temor a que se metan con vosotras.
Trufa: Mira Amo: Ese tipo de allí va a tirar la bolsa de basura y son las once de la mañana.
Buffy: Fijaos en aquella otra mujer. No sólo saca la basura a las once de la mañana sino que la deja fuera del contenedor.
Trufa:¿ Y por qué no te acercas a ellos y les dices lo que tienen que hacer ?
Yo: Porque ya lo he hecho varias veces y lo más que consigo es que me insulten. ¿Acaso creéis que no lo saben ? Les digo que eso que hacen está mal y son ellos los que te contestan que “hacen lo que les sale de la pera”. Y se quedan tan panchos. Otra cosa sería si todas las demás personas que ven esta escena se pusieran en contra de ellos. Ya veríamos lo que hacía. Mientras tanto, repetir conmigo: son unos guarros.
Trufa y Buffy a la vez: Guau, guau, guau, guau.
Yo: Muy bien, por hoy vale. ¿Verdad que os encontráis mejor ?
Trufa y Buffy: Mucho mejor. Guau, guau, guau y guau.

Joaquín Ramón García