La canción del verano es una versión de un viejo éxito: “España se rompe”, ese hit que sólo suena cuando es la izquierda, y no la derecha, quien sube la paga a las autonomías. España se rompía cuando Felipe dio el 15% de los impuestos a las comunidades. España se arregló cuando Aznar dobló esa cifra hasta el 30%. Y ahora que Zapatero llega hasta el 50%, el rompepistas vuelve a sonar. Para el PP, la nueva financiación es “antisocial”, “un desbarajuste” que “falta el respeto a la Constitución”, un “retroceso en el estado del bienestar”. ¿Se negarán las autonomías donde gobiernan a recibir los nuevos fondos?
Seguro que no.”Más vale pájaro en mano que ciento volando”. Allá donde no llega la coherencia siempre alcanza el refranero. El de la financiación es un debate tan importante como aburrido. Se resume rápido: en los últimos treinta años, las autonomías han asumido gran parte de los servicios que antes pagaba el Estado central, desde la sanidad hasta la educación. Por eso es lógico que, a la vez que los gastos, también se traspasen los ingresos.
Las autonomías, y los políticos que votan sus ciudadanos, deben ser quienes se hagan cargo de cómo gestionar sus dineros, y no un lejano gobierno de Madrid que sirve como pertinaz excusa. El conflicto llega porque la derecha españolista prefiere tratar a las autonomías (a aquellas donde no gobierna, claro) como si fuesen adolescentes manirrotos, incapaces de cumplir un presupuesto público. Hay, según su visión, una administración y sólo una. Y luego está la antiespaña, esa gente que vota lo que no debe y que, por tanto, no tiene derecho a gestionar ni su dinero ni su futuro.
Jose A. Casanova