A medida que abrazamos el mundo nos damos cuenta de la necesidad de justicia, ante el cúmulo de víctimas de atrocidades, donde nadie respeta a nadie, y de la falta de tolerancia entre las culturas y los pueblos. La humanidad ha de aprender de que lo justo tiene que ser para todos, de que ninguna persona puede quedar excluida, pues todos nos merecemos una existencia digna. A veces me da la sensación de que somos una generación despreocupada de nuestras obligaciones. Hay cuestiones que requieren una mayor diligencia y abnegación, si en verdad queremos que se respete el orden, derrotar el mal y tutelar lo auténtico. Una justicia que llega tarde o no llega, una Corte Penal Internacional disminuida de apoyos entre Estados, ciertamente no contribuye a reparar sufrimientos, ya que la dignidad humana queda lastimada y el derecho postergado.
A mi juicio, para empezar, es vital que la ética reencuentre su espacio en las finanzas y los mercados se pongan al servicio de los intereses de los pueblos y del bien colectivo; pero, también, es fundamental que todos nos reencontremos con nuestra propia historia humana de manera comprensiva, máxime cuando crecen tantas amenazas de desconexión como instrumento de dominio y de atropello político. Así no se construye un mundo más humano. Hace falta introducir en el ámbito de las relaciones, un espíritu más considerado con nuestro análogo. Ojalá Europa, que supo cimentar una vía democrática y equilibrada hacia la paz, la justicia y el desarrollo sobre la base de una fuerte clase media, acierte a continuar expandiendo oportunidades de empleo decente y productivo para todos, en un entorno sostenible.