El mes de noviembre comienza con el día de los difuntos que normalmente se une o confunde con el día de Todos los Santos: comemos “huesos de santos” o “panellets”, compramos flores (crisantemos) y vamos al cementerio…¡Todo un rito!
Pero, ¿podemos o debemos hablar de la muerte con los niños, nuestros hijos, sobrinos o nietos? El hecho de la muerte es inevitable, también para los niños. Tarde o temprano, se encontrarán con ella. Es inútil querer ocultarlo, lo mismo que la sexualidad, el origen de la vida, los divorcios y otras realidades dolorosas y difíciles.
En realidad, la dificultad la tenemos los adultos, no solo los niños. Porque, para poder hablar de estas cosas “sanamente” con los niños, el asunto es cómo las hemos integrado nosotros en nuestra vida. Con los niños no podemos disimular; ellos intuyen nuestra actitud antes de que digamos algo y cuando hablamos de ello. No debemos disimular, con ellos nuestros miedos ni nuestras ignorancias. Y ante la muerte hay muchas cosas que ignoramos. Esperamos y confiamos más que lo que sabemos.
La muerte, por otra parte, es un hecho “natural” de la vida. A los niños les podemos ayudar a comprenderlo mirando las hojas secas del otoño, o el pajarito que se nos murió…
No debemos engañar a los niños poniendo en cuestión la imagen de Dios. Evitemos absolutamente la idea de que “Dios lo quería para sí y por eso se lo ha llevado” o “le quería tanto que quiso evitarle los sufrimientos de la vida” y cosas parecidas.
Lo único que sabemos es que “Dios es un Dios de vivos, no de muertos” Y por tanto, para Él, todos estamos vivos, porque Él no distingue entre vivos y muertos como hacemos nosotros. Pero no sabemos mucho más; Jesús resucitó y nosotros esperamos y confiamos en que también resucitaremos, lo mismo que nuestros abuelitos o papás, amigos, etc.
Los niños no son unos “angelitos”; sufren y se interrogan, como todos. Debemos tomarlos en serio, pero sin hacer de ellos unos adultos en pequeñito. En todas las cosas tenemos que ponernos a la altura de su capacidad, lo cual no significa hablar con diminutivos ni hablarles de sueños y mundos inexistentes, fantasías que son peores que la realidad.
Con los niños hay que “ser directos, francos y honestos. Los niños necesitan explicaciones veraces, cortas, sinceras y simples. No hay que abusar en detalles. Sólo hasta donde ellos preguntan”.