Miguel Atencia
 

EL DÍA SIGUIENTE DE MI JUBILACIÓN

 
Viernes 11 de noviembre de 2016 0 comentarios
 

Hoy no ha sonado el despertador a la hora de siempre, y ya no volverá a hacerlo nunca jamás, porque me he jubilado, y ya puedo dormir tranquilo las horas que quiera, y sin embargo me he despertado a las siete y media, como siempre.
Dicen que jubilación viene de “júbilo”, alegría, y yo no sé porqué, no estoy contento. Todo el mundo piensa en la jubilación como una liberación del trabajo, que vas a hacer lo que te da la gana: eso es lo que piensas cuando eres joven y aun te faltan muchos años; pero ahora, cuando llega, te cae una losa encima y piensas que eres viejo y no sirves para nada; encima te mandan una tarjeta que dice: “Enhorabuena. Ha pasado usted a formar parte de las clases pasivas”, No hay otra palabra más deprimente, ayer eras “activo” y hoy eres “pasivo”, algo inerte.
Con esos pensamientos me levanto, abro la ventana y miro al cielo, que está como yo, gris, pasivo; una neblina lo cubre todo esta mañana de noviembre, pero no hay más remedio que seguir haciendo una vida normal y “pasiva”. Después de tomar un café, tengo que salir para realizar unas gestiones en el banco, comprar y seguir viviendo. Entro en la panadería y la chica me atiende: Ayer no habéis venido y os guardé el pan bien cocidito que sabemos le gusta a tu mujer; yo me sorprendí un poco ya que pensaba que con la cantidad de personas que entran a comprar no sabrían quién soy, pero no es así. Dejo el pan en casa y me dirijo a la glorieta para pasar por el banco con el fin de recoger una documentación, y de pronto noto que una persona me abraza al tiempo que una voz me dice: “Cuanto me alegra de verte hacía mucho tiempo que no te veía, y ayer precisamente estuvimos en casa hablando de ti, y el viernes pensaba pasar por la oficina ya que hemos pensado vender una navecita que tenemos en el Polígono y nos parece que tú puedes aconsejarnos el precio de mercado en este momento, le indico que ya no estoy en activo, pero que con mucho gusto les haré una valoración actual de la misma.
Me encuentro de nuevo en la calle, miro al cielo y parece que la niebla se está disipando y el día mejora.
Andando, andando llego a la carnicería que me había indicado mi mujer y, nada más entrar entre pollos y conejos, oigo una voz de hombre que me dice: “Señor ¿Qué quiere? Tengo que levantar la cabeza para mirar, ¡pero si es Javilico! Grande como un armario, pero con unos ojillos infantiles como cuando tenía diez años y lo veía pasar cada día para ir al colegio. Sale la madre que estaba en el almacén y todo son halagos para el joven; “ahí donde lo ves, no quiso estudiar como su hermano, pero es muy trabajador y no veas lo que le ayuda a su padre en el negocio, está hecho un hombre”.
Salí de allí con los mejores filetes de la carnicería y miro al cielo, el sol ha salido del todo y calienta suavemente mi estado de ánimo. Perece que no me siento tan triste, quizá mi vida no ha sido tan vacía, ha dejado semillitas aquí y allá, y casi me siento feliz. De vuelta para casa, voy saludando a todo el mundo que encuentro a mi paso. Me olvidaré de esa odiosa palabra de pertenecer a las clases pasivas, y pensaré, qué puedo hacer a partir de ahora para seguir haciendo feliz a la gente que está a mí alrededor y me recuerda con cariño.

 

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