or todos los rincones del planeta llamea el terror. El odio germina en cualquier esquina para desgracia del ser humano. El desprecio por toda vida humana es tan evidente que cuesta asimilarlo. Hay una guerra psicológica entre la misma especie. Parece como que la naturaleza maligna gobernase el mundo. El miedo, la incertidumbre y la desesperanza nos tienen aprisionados. El corazón de muchos moradores ya no puede más. Multitud de personas buscan con desvelo la armonía y no encuentran nada más que tropiezos y divisiones. Todo parece estar desestabilizado. Bajo este desolador panorama cuesta avivar la concordia, globalizar la paz y extenderla como un compromiso diario, valiente y auténtico para fomentar la reconciliación, promover el intercambio de experiencias, la construcción de puentes de diálogo, sirviendo a los más vulnerables y los excluidos.
Ha llegado el momento, pues, de hacer frente a las condiciones que propician la propagación de desprecio a una especie pensante, ya sea con ataques terroristas, comerciando vidas humanas o no prestando auxilio a las mismas. Hay que colocar a la ciudadanía en el centro de nuestros desvelos. Nos hemos acostumbrado a despreciar vidas y éste es el motivo principal de tantos desórdenes. Mal que nos pese, tenemos que escuchar a todos los seres humanos si en verdad queremos contribuir a la renovación y al renacer de una nueva sociedad más fraternizada, lo que requiere una cultura de honestidad que rechace toda forma de corrupción y, de este modo, se fortalezca la capacidad institucional del Estado y la defensa de los derechos humanos.