Juan Ródenas Cerdá
 

A DIOS ROGANDO

 
Viernes 9 de diciembre de 2016 0 comentarios
 

El santón Maimón, un devoto retirado en la oscura cueva de un monte sagrado para los habitantes de la región, atendía a las buenas gentes y elevaba sus súplicas al creador, para que se hicieran realidad.
No había grandes pretensiones ni contenidos en las peticiones, eran anhelos humanos y comprensibles aspiraciones que cabían en lo razonable: la salud de un pariente, la bonanza de sus cosechas, el triunfo de un hijo en el nuevo trabajo, el entendimiento dentro del matrimonio y claro, también el triunfo del amor deseado. Las peticiones, que las gentes hacían, podríamos resumirlas en tres aspectos referentes al amor, el trabajo y la salud.
La cueva del santón Maimón estaba muy apartada porque los eremitas se retiraban del mundanal gentío para no distraerse: la suya era una ardua labor que suponía una gran concentración, mucho sacrificio, oración, ayuno y por supuesto evitar los tocamientos del propio cuerpo. Mucho tiempo y trabajo. Una gran dedicación porque dios tenía muchas súplicas que atender y no siempre podía ser diligente, aunque todo lo viera y lo pudiera.
Mientras el santón tenía que estar todo el día de rodillas en rezo constante, la vista elevada al cielo prometedor y rogando sin desfallecer, las gentes del lugar esperaban que las intercesiones elevadas al santísimo se cumplieran. Y, fiados en ello, desatendían la salud de sus parientes y no hacían nada por su bienestar, dejaban de cuidar las cosechas, no ayudaban a sus hijos ni prestaban atención a sus cónyuges. Tampoco regaban el jardín del amor para que la felicidad floreciera. Confiaban.
Y ocurrió que aunque dios siempre cumplía, por ser misericordioso, la cosa resultaba de largo una chapuza porque llagaba tarde al recipiendario: las gentes que pedían por la salud de un pariente, la bonanza de sus cosechas, el triunfo de un hijo en el nuevo trabajo, el entendimiento dentro del matrimonio y el triunfo del amor deseado, no vieron nunca cumplidas sus aspiraciones. Ni las pretensiones ni sus contenidos, los anhelos humanos y las comprensibles aspiraciones, aunque cupieran en lo razonable, fueron atendidas debidamente. Nada se cumplió en los tres aspectos referentes al amor, el trabajo y la salud.
Dios es Dios -así en mayúsculas- pero aquellas gentes primitivas que no habían acabado todavía de inventar las religiones que tanto necesitaban, ni sabían aún que uno de los medios para acceder al conocimiento es el empirismo, desconocían el dicho conocido por nosotros, que tantas veces olvidamos y acaba así: <<(…), y con el mazo dando>>.

 

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