DIBUJO
 

Remache, uno de los muchos artistas que esconden las calles de Santa Pola

 
Jueves 31 de octubre de 2013 0 comentarios
 

Pasaba por Paquito El Practicante, que nace en Espoz y Mina y finaliza en San José, una cortina metálica que la más de las veces está baja, pero que esta vez estaba levantada, no impedía ver una de las paredes de un garage cubierta con muy buenos dibujos a lápiz. Me detuve a mirarlos y, como dentro estaba trabajando un señor (Remache), le pedí permiso para entrar y verlos desde más cerca. Y así, entre la contemplación de un dibujo y el comentario sobre otro, se fue dando la conversación”. Así comienzan Raúl Iaconis y José Alberto Álvarez un relato sobre la vida de este artista.
Fue en el mes de mayo, corría el año 1941. Santa Pola era una pequeña aldea de pescadores. Vicenta comenzó a sentir todas las manifestaciones de otras veces, ya tenía una nena y tres varones. Conocía los síntomas y no tenía miedo, ya sabía que sería así. Con Pepe El Col, su esposo, habían decidido los nombres para nena y para varón. Y resultó Vicente –el que luego sería Remache-
Su padre era pescador de la bahía y la mayor parte del día estaba en el mar. Como Vicenta ya se iba acercando a la fecha, los últimos días Pepe salía a la mar preocupado. Hubiera preferido no salir a faenar pero, las cosas no estaban como para perder días de trabajo. Se aseguró que si ocurría algo en su ausencia Vicenta estuviera atendida y…al tajo.
Por aquella época los móviles no existían. Se enteró que era nuevamente padre poco antes del amarre. Desde el muelle un vecino le grito: —¡Pepe, ya tienes otro para que te ayude a pescar cuando seas viejo!

Un alumno díscolo

Transcurrieron los años y Remache, igual que muchos otros chavales acudió poco tiempo al colegio donde y en su caso –él mismo cuenta- no fue buen alumno, aprendió algunas cosas de la enseñanza básica pero, igual que los otros chicuelos de su edad, quería crecer y hacerse hombre. Hacerse hombre era salir a la mar. Ser pescador. Desde los ocho años comenzó a trabajar para ganarse el pan, mientras estudiaba de noche, con un maestro que le enseñó a leer y escribir.
Andaba por los catorce cuando su padre le avisó de que al día siguiente lo acompañaría al mar. Se acostó temprano pero la inquietud le impidió dormir. Escuchó a su padre levantarse y antes de que fuera a llamarlo ya se estaba vistiendo. Con una sonrisa que trataba de disimular, Remache recuerda la emoción que sintió la primera vez al levantarse a medianoche para salir a faenar. El orgullo de ser considerado “marinero”. Así fue que, desde los catorce y hasta los cincuenta y seis, trabajó allí donde tantos se han perdido.
De esos años tiene muy buenos recuerdos y otros no. Sufrió dos accidentes. En uno, una vía de agua ,y el barco se fue a pique. Hasta que los rescataron, él y sus compañeros estuvieron flotando con lo que tenían, con el agua al cuello, durante siete horas. Lograron no hacerle compañía al barco. En otra oportunidad, un incendio en el motor les hizo pasar un mal momento hasta que llegó al rescate La Bourdalesa, otro barco de Santa Pola.
Pero en Remache había algo más. Ni él lo sabía. Le daba placer hacer trazos con lápiz, representar lo que veía, valorarlo con sombras, difuminarlo. Dentro de él tenía un dibujante.

Frente a frente

- ¿Y luego estudió dibujo y pintura Jamás.
—¡…! Da la sensación de tener una formación… Pues no. La única formación que tengo es que fui muy autocrítico. Dibujaba algo, y si no me gustaba, lo volvía a dibujar una y otra vez hasta que me sentía conforme.
Lo expresó bien “autocrítico”. Agréguele perseverante. Pero, convengamos en que había una inquietud personal. Una vocación. –No sé… creo que sí.
Seguimos hablando un poco de esto, un poco de lo otro. Y sin saber cómo, siempre volvíamos al mar. El dibujo, sí, y el mar. Su vocación de representar figuras, sí, y el mar. Cuando ya me iba, una sonrisa pícara arrugó sus ojos, y un franco apretón de manos selló la despedida. Mientras yo le daba la última mirada a los dibujos, Remache disimulaba su orgullo de artista admirado.

 

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