SOCIEDAD
 

El sacerdote casado Ramón Pomares reclama la renovación de la Iglesia

 
Viernes 21 de enero de 2011 0 comentarios
 

En mi promoción éramos 38 sacerdotes y de ellos sólo cuatro o cinco siguen ejerciendo y los demás estamos todos casados”. Éste es el gráfico ejemplo que Rafael Pomares Piñol da de la necesidad de que en la Iglesia cambien algunas cosas, como por ejemplo la obligatoriedad del celibato. “Si yo hubiese nacido en Inglaterra o en cualquiera de los países protestantes, podría seguir siendo sacerdote con total normalidad o incluso en Oriente sería cura católico en el marco de la religión Ortodoxa”, indica. Asegura que en nuestro país hay 100.000 sacerdotes en su misma situación.
Don Ramón –aún le siguen llamando así en Aspe, donde colgó los hábitos hace más de dos décadas– se casó por lo civil en 1965 y hasta el año 2007 no obtuvo la dispensa de Roma para celebrar el matrimonio por la Iglesia. Tenía 45 años cuando contrajo matrimonio –la que continúa siendo su esposa era viuda– y se vio obligado a dejar la que era su vocación y entonces se tuvo que buscar la vida (se fue con dos pesetas y 60 céntimos en el bolsillo) trabajando en una fábrica de muebles.
En Santa Pola ejerció durante muy poco tiempo y luego le fueron trasladando a distintas pedanías del campo de Elche. En Matola consiguió con las aportaciones de los fieles construir el templo de María Auxiliadora y en Aspe la parroquia del Buen Pastor “y eso que en la vida he cobrado una misa, una boda, un bautizo o un entierro, si los feligreses se conciencian de que la Iglesia tiene gastos voluntariamente cada uno aporta lo que quiere”, señala. “La Iglesia no es un negocio”, apostilla.
Ramón Pomares lamenta la escasa afluencia que tiene la Iglesia. “En Santa Pola sólo el 3 ó 4% de la gente irá a misa y la mayoría de los que van son gente de fuera, como Elche o Madrid, la Iglesia está en crisis y el Papa mismo lo ha reconocido”, indica.
“Sufro porque la Iglesia necesita una renovación, muchos niños hacen la Primera Comunión y luego ya no vuelven nunca a la parroquia, y sus padres tampoco”, añade este sacerdote casado. Cree que también falta formación entre los propios sacerdotes para que sus enseñanzas sean más cercanas a los ciudadanos.
Argumenta que en la religión hay verdades dogmáticas, que no se pueden cambiar, y otras eclesiásticas, que son fruto de la tradición, y sí pueden ser renovadas. Por ejemplo, “cuando yo era seminarista nos decían que nos pusiésemos a la puerta de la Iglesia y a todas las mujeres que no llevasen velo que no las dejásemos pasar, y eso hoy es impensable”. En cuanto al celibato, él lo dejaría como una opción personal de cada sacerdote y “el que se quiera casar que se case, y el que no, puede seguir siendo célibe”.
“La misión de la Iglesia es predicar bien y dar ejemplo, en primer lugar de sus miembros”, opina don Ramón. Considera que ahora socialmente se asocia más a la Iglesia a las fiestas y que no atiende otros asuntos importantes como “las drogas o la cantidad de divorcios que hay”. Ahora, ya jubilado y a sus 72 años, y recién operado del corazón, reclama esa renovación “porque sino la Iglesia tiende, si no a desaparecer, a ser cada vez más minoritaria”.

 

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